De Cuba, su gente: Calla la hembra que tienes dentro

De Cuba, su gente: Calla la hembra que tienes dentro
Fecha de publicación: 
28 Diciembre 2015
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La niña Paulina

A Paulina, de once años, le gustan las edificaciones barrocas que muestran ciertas páginas raídas. Dice en voz alta que cuando sea mayor, vivirá entre esas calles. Las demás se burlan de ella por la convicción repentina: «esa es La Habana, ¿cómo vas a llegar tan lejos?», le aseguran. Pero ella, quizás para molestarlas, se muestra firme. Las niñas, en respuesta, vuelven a sus juegos, y la marginan a propósito.

Paulina las odiará en silencio. A modo de venganza secreta, para probarles a ellas que están equivocadas, busca el nombre e historia del sitio del que se ha enamorado. Averigua que es la capital del país donde vive y que está a novecientos kilómetros de Santiago de Cuba. Pasarían once años antes de conocerla.

Calla la hembra que tienes dentro

Lo mejor que obtiene Paulina de Palma Soriano es su cadencia bucólica. A la chica se le antoja que el resto de su equipaje en la vida es dolor. Absolutamente enamoradiza, con mirada horadante y sensibilidad a flor de piel, es una mujer intensa, que escribe versos sin dedicar y que sufre por la lejanía de la capital.

Un día, determinada, reúne el equipaje mínimo y se va para La Habana. Tiene la esperanza de que las tierras que desde niña ama le traigan mejor destino. No se equivoca.

 

El encuentro entre Paulina y su oscuro objeto del deseo

Ya en la ciudad de sus sueños, se hospeda —traía dinero para dos meses de alquiler— cerca de la Alameda de Paula. Ella, que por once años ha mantenido la ilusión de vivir un idilio en las calles que ahora toca, no sabe cómo mantenerse a sí misma en su destino. Pero está aferrada a su sueño; no quiere saber nada de otras opciones.

Caminando a la deriva, después de mes y medio de soledad citadina, un español la confunde con gallega —su físico lo amerita— y la invita a unas copas. Como chica de provincia que es, se muestra arisca y poco dada a la comunicación. Aunque no es demasiado agraciada y se ve a sí misma como un monstruo, la lástima en la que ella misma se ha envuelto conmueve al español, quien le presta una cámara y le incita a que haga fotografías.  

La relación con el español trasmutó a Paulina. Para sorpresa de la muchacha, él la encuentra hermosa. Le confiesa verle «una gran luminosidad blanco-azul alrededor de su cabeza». El amor por la fotografía; en él, profesión; en ella, azar, los une.

Con La Habana como musa y como fondo, hoy Paulina camina y fotografía atardeceres, arquitectura y gente. Ella, que la amó desde que era una niña de once años, se construyó a sí misma su sueño.

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