RECORDANDO A Faustino Corrales: La curva venenosa

RECORDANDO A Faustino Corrales: La curva venenosa
Fecha de publicación: 
27 Diciembre 2015
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Ponchar significa uno de los disfrutes más grandes del béisbol, al menos para los lanzadores. Es el desquite perfecto ante el poderío de un bate, la guerra preferida con armas conocidas: curva, rectas, slider;  la estocada mortal a quien viene dispuesto a decidir un partido. Con total convicción, constituye la batalla psicológica más fuerte dentro de un terreno de pelota y de paso, la nota más feliz desde un montículo, a 90 pies del home.

 

Todo eso lo vivió a plenitud Faustino Corrales. Subía siempre al box con una serenidad y confianza envidiable, cual dueño de la situación desde el anuncio, desde el calentamiento. Pocos serpentineros han tenido tan buenas aptitudes físicas.  

 

Alto, de brazos largos y con un movimiento elegante para cada envío. Su pierna derecha flotaba por delante de su rostro para tomar impulso y soltar endemoniadas curvas, envenenadas curvas, que hacían fallar una, dos, 10, 20 veces a sus rivales. ¿Qué diablos está tirando este?, repetían camino al banco.

 

Nacido en Mantua, se convirtió en 23 Series Nacionales en el zurdo más ponchador de la pelota cubana (2 360), solo superado en la historia de nuestros clásicos por otros dos pinareños ilustres —Rogelio García (2 499) y Pedro Luis Lazo (2 426)—, quienes adoraban también ese acto de ver un swing al aire con el tercer strike o simplemente “retratar” al bateador sin tirarle en el home.

 

Cuenta uno de sus primeros entrenadores, José Manuel Cortina, que desde los 17 años lo ponía a tirar 200 lanzamientos. Y nunca se quejó de dolores en su brazo, a pesar de que trabajó 2 544 entradas hasta su retiro, con 381 partidos iniciados (completó el 33 por ciento de ellos), 27 lechadas, 3,29 promedio de carreras limpias y un discreto 230 de average por parte de los rivales enfrentados.

 

Desde sus inicios en 1981 con el equipo Forestales —segunda formación en importancia dentro de Pinar del Río— llamó la atención de aficionados y especialistas por dos elementos opuestos. Ponchaba mucho, pero otorgaba también demasiados boletos. En fecha tan temprana como la temporada 1983-1984 recetó ¡143 estrucados! Otra vez la pregunta pululaba entre los jugadores: ¿Qué diablos está tirando este?

 

Bajo el uniforme forestal perdió más que lo que ganaba, sin embargo, poco después se enfundó las camisetas de Vegueros y Pinar del Río, con las cuales se coronó campeón nacional y revirtió tal faena. Al concluir su carrera en el 2005 archivaba 172 sonrisas  y 135 fracasos, en tanto su palmarés internacional exhibía una corona mundial (Nicaragua 1994), oro en los Juegos Panamericanos (Winnipeg 1999) y plata en la Copa Intercontinental (Australia 1999), donde fue seleccionado el mejor lanzador zurdo del evento.

 

Pero dos hechos marcarían para la inmortalidad al siniestro vueltabajero. El primero ocurrió en el estadio Cristóbal Labra, de la Isla de la Juventud, el 19 de noviembre de 1991, cuando le propinó a los pineros un juego de cero hit- cero carreras, el número 34 en la historia de nuestras temporadas. Sus compañeros lo respaldaron con siete carreras y 10 imparables.

 

Esa tarde, el más espigado de los serpentineros de Vegueros en esa campaña disertó con el aplomo de los consagrados e hizo caso omiso al sol, al calor, a más de una base por bola que complicó las cosas. “Siempre quise lograr una hazaña como esta y no podré olvidar este día”, respondió a los periodistas tras una de las hazañas más difíciles de conseguir en este deporte.

 

Y si imborrable era el juego perfecto, nueve años después escribió con letras doradas un desempeño sin antecedentes no solo en la pelota cubana, sino internacional. En la fría noche del 20 de diciembre del 2000, ante pocos miles de personas en el estadio Capitán San Luis, Faustino parecía imperturbable y concentrado frente a un equipo holguinero con jóvenes y experimentadas figuras en su alineación.

 

Su curva describió una y decenas de veces ese recorrido mortífero para engañar a bateadores zurdos y derechos. El control era exquisito, inefable, al punto de no otorgar boletos. Primer ponche, segunda entrada por idéntica vía y como si el reto creciera a medida que avanzaba el encuentro, no se cansó de “marear”, strikes tras strikes, a ¡22 bateadores!, récord que dejaba atrás los 20 del mítico Santiago Changa Mederos, impuesto un 30 de enero de 1969 ante Camagüey.

 

Sin embargo, el dominio no quedó solo en los tres strikes. Faustino intervino en 24 de los 27 outs, pues además de los ponchados otros dos jugadores fallaron en fáciles roletazos por el pítcher. Apenas permitió par de imparables: un doble en la segunda entrada y un hit en la octava. La receta, la fórmula indescifrable de esa noche invernal, se la contó años más tarde a un colega pinareño, Juan Antonio Martínez de Osaba y Goenaga.

 

“Era una noche normal, un poco fría, con bastante gente en las gradas, Jorge Fuentes me entregó la pelota y salí despacio para el box, como era mi costumbre. Desde el calentamiento comprobé que el control me respondía a la perfección, por eso no concedí bases por bolas. Siempre he pensado que me acompañó la suerte. Estaban regulados 125 lanzamientos, pero Rogelio García, que era el entrenador, en el octavo inning pidió permiso para que continuara, porque veía aproximarse un récord. Por eso lancé alrededor de 140”.

 

Para muchos, la curva de Faustino ha sido la más venenosa y mortal de cuantas han pasado por nuestras Series Nacionales. También los italianos piensan lo mismo, pues en 1995, en la Serie A1 de ese país, jugando para el equipo Parma, compiló 11-2 con efectividad de 1,65 promedio de carreras limpias y ¡184 ponches en 114 entradas! Fue decisivo en la coronación de su conjunto ese año.

 

Sin el ángel mediático de otros peloteros, el zurdo de Mantua dejó sobre el box una huella que costará mucho trabajo superar —y quizás nunca se logre— por lanzador alguno. La elegancia de su wind up y su espléndida curva serán recordadas siempre, junto a la interrogante que muchos bateadores se hicieron cuando no adivinaban tres lanzamientos para conectarle: ¿Qué diablos está tirando ese?

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