MIRAR(NOS): Amor y sexo; juntos, pero no revueltos (I)

MIRAR(NOS): Amor y sexo; juntos, pero no revueltos (I)
Fecha de publicación: 
18 Diciembre 2015
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 El único acto sexual no natural es el que no se puede hacer.

Anónimo

 

Hay temas de los cuales la gente se reserva las opiniones, e insoportablemente hacen mutis cuando los tópicos son puestos sobre el tapete y callan con plena conciencia, alejándose tanto como le es posible, cual si se tratara del más peligroso catarro.

 

Casi siempre tienen muchos señalamientos, tantísimas cosas que aportar… Protagonistas, al fin y al cabo, pudieran exhibir cartelitos acreditativos por su maestría en esos menesteres, pero optar por evitar que se note el rubor de sus frentes.

 

Eso es justamente lo que pasa con ciertos temas sexuales. El sexo anal, por ejemplo, se ha convertido en anatema de las colectividades. Y aclaro, anatema apenas en nuestros diálogos, en los intercambios comunicacionales del día a día.  

 

Pareciera se vive en la antigua Roma, donde no estaba permitido ni bien visto que se practicara sexo anal (denominado allá poedicare), como no fuera con los esclavos.
 
Probablemente la primera referencia bibliográfica nos llegara de la pluma del poeta lírico Horacio, uno que no creía en poner máscaras a sus satisfacciones personales.

 

De acuerdo con una de sus más reconocidas sátiras: Cuando la entrepierna azuza y tienes a mano un esclavo y una esclava, ¿sobre quién saltas enseguida? No preferirás que se te reviente, ¿no? Por supuesto que no. Me gusta el sexo fácil y asequible.

 

La persistencia del tabú a lo largo de los siglos ha difundido la idea de que el coito anal sería «antinatural» frente al coito vaginal, como quiera que imposibilite la reproducción. Pero eso era en la antigüedad, porque ahora mismo tendríamos que caer en una cuenta muy simple: la sexualidad humana tiene fines más amplios que el meramente reproductivo.

 

Si los conocerán ustedes, fieles seguidores de esta columna. El placer sexual se hace acompañar por el amor y el sexo, tal y como reseñaba en el mes de nacimiento de este espacio.

 

Probablemente eso lo sabía el alemán Ernst Gräfenberg, descubridor del punto G. Él creía que la postura ideal para la estimulación allí era la penetración por detrás, como lo hacen todos los cuadrúpedos.

 

Con todos los adelantos de la época moderna, es posible también que una mujer penetre analmente a un hombre o a otra mujer por medio de una prótesis, que comúnmente va sujeta a su pubis por medio de un arnés. Esta variante del sexo anal recibe el nombre de pegging.

No arqueen las cejas, de todo hay en la viña del Señor. Cada cual, que haga con su cuero un tambor, como siempre digo, sin perjudicar a nadie. A usted que lee, puede gustarle la fresa, y a otro el chocolate, porque para gustos, los colores, y para olores, las flores.

 

Puesto que el arte bebe de la fuente de la vida real, no es de extrañar que el Marqués de Sade y otros muchos autores como Bocaccio, Chaucer, Petronio o Rabelais, describieran este tipo de prácticas en sus obras.

 

Y en el cine ni qué decir, tuvo su primera aparición en la película El silencio (1963) de Ingmar Bergman, cuando se llevó a cabo en las butacas de un cine semivacío.

 

No obstante, para los muy extremistas, aquí no estamos hablando de cine porno. Para muestra sirva este botón: en opinión de esta redactora, El último tango en París se roba las palmas en su reflejo del coito anal, y lo hace concretamente en aquella famosa escena entre la mantequilla, Marlon Brando y María Schneider, seducida ella (sin posibilidades de réplica) por los «encantos» de quien ese mismo año encarnara a Don Vito Corleone en El Padrino, de Coppola.

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