De Cuba, su gente: Qué es el amor, sino agasajar con risa a la vida

De Cuba, su gente: Qué es el amor, sino agasajar con risa a la vida
Fecha de publicación: 
14 Diciembre 2015
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Bertica es una mujer cubana, o lo que es lo mismo, fuerte es el impulso que la mueve. No tiene tiempo para llorar. Alguien tiene que hacerlo, diría Marilyn Bobes; pero no ahora: no hoy; quizás mañana.

Hoy se arregla el pelo frente a un espejo oval, que no le devuelve una imagen de cincuenta y tantos, sino una de aquella lozana treintañera recién divorciada. Aquella que, en brazos de un amante, se va a pasear en lancha, en coqueteo constante y abierto.

El viento los despeina a ambos, y ella siente el morbo de estar entre los brazos recios de ese escritor perennemente deprimido, perennemente disimulándolo. Es un niño, un niño pequeño que le saca su parte maternal. Pero no se le antoja tener una relación con un bebé caprichoso; mejor solo coquetear. Entonces, Bertica coquetea.

Con el escritor, con todos. El coquetear es un arte que domina. Corteja desde la poesía, desde el contoneo de sus breves caderas. La belleza de la cubana y su andar belicoso, martillando siempre en el tema amoroso, la inserta en un mítico mundo de fabulaciones, en donde baila, deslumbrante, intemporal, bajo la luz de su propia fábula.

Bertica ama vivir. «Qué es el amor, sino agasajar con risa a la vida», dice. Justamente es la risa su respuesta ante cualquier comentario mundano… y hay muchos. Pero esto es entendible: siempre hay imaginería popular alrededor de cualquier mujer hermosa y enamorada.

Estas recreaciones de la realidad están, además, hechas de sombras que observan la luz tenue de su ventana y hablan de una femme fatale, una devoradora de hombres. Y, qué problema hay en decirlo, es verdad, ella se ha trastornado por todos. Quizás, con algunos, demasiado literalmente:

Bertica con diecisiete años. Prendida, bailando al compás del trío Matamoros: tú me quieres dejar, yo no quiero sufrir… Bertica asediada por jóvenes que le declaran su amor debajo de escaleras de caracol o amparados por la complicidad de las cortinas recién estrenadas de los cines de barrio. Bertica espantada, porque uno de estos jóvenes se atraganta con pastillas, y dispara varios balazos contra sí. Bertica enredada: cuando este joven se recupera, se hacen amantes. No porque le tuviera lástima; no porque pensara que él podía volverlo a hacer. Sino porque le pareció tremendamente romántico eso de querer matarse por ella, y a ella le gustan las emociones fuertes.

Tanto es así, que planifica con este joven la mejor manera de matarse juntos. Sí, estaba dispuesta a morir a la modalidad Romeo y Julieta. Shakespeare le hizo eso. (Qué no podría hacer Shakespeare a su esencia apasionada; su locura a flor de piel). El secreto de vivir longevamente, asegura Bertica, es amar al amor más que a la vida.

Y ella, consecuente con su intuición, cubierta por un abundante pelo negro, con su silueta ondeando con el ritmo de Lágrimas negras, con el vestido floreado atravesando las penumbras de cualquier rincón sin luz y convirtiéndose en un haz él mismo, discute el método apropiado para quitarse la vida.

Pero para qué son los diecisiete años sino para cometer errores. Ahí estaba el hermano, para intervenir a tiempo el suicidio colectivo.

A pesar de lo dramático de la relación –o quizás por eso- se casa con el joven unos años después, pero él -¿qué amamos cuando amamos?- le es infiel. Amamos lo imposible, amamos sin saber por qué o a quién, enuncia Bertica.

Su segundo matrimonio no la impulsó a quitarse la vida, pero no fue más afortunado. El joven de diecinueve años –a Bertica le gusta disfrutar de su tendencia maternal- practicaba artes marciales, y una lesión lo deja inválido hasta su muerte. Bertica se pone de nuevo su vestido floreado y sale a festejar la vida: Ajena a la algarabía opaca de la muerte, con agilidad la sobrepasa.

Fluyen otra vez los pliegues bajo la música y descubren a una Bertica de cincuenta y tantos, casada con un jovenzuelo de muchísimos menos, que le regala flores diariamente, y baila con ella a los dos de la mañana.

Bertica sube la radio para no escuchar el cuchicheo incesante de sus vecinos. Ella se sabe ebria de amor, y defiende su derecho de amar y ser amada. A esos que hablan, que más de un hecho han provocado -como aquella vez que una vecina fue a cuestionarle sus gemidos de madrugada-, ya les ha legado Bertica bastante. A través de los vitrales de su casa del Vedado, sale volando su risa de chiquilla coqueta.

Porque reír es su mejor manera de festejar la vida. Y es la vida a la única que rinde cuentas.

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