MIRAR(NOS): Anda, pensamiento mío

MIRAR(NOS): Anda, pensamiento mío
Fecha de publicación: 
27 Noviembre 2015
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 Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento.

Miguel de Unamuno

 

Los pensamientos son cosa rara. Vienen y van sin mucho ruido. Inoportunamente, porque no reparan en momentos precisos a la hora de hacer su entrada en escena.

 

Por eso no es de extrañar nada en materia de seres humanos, aunque algunos, los más puritanos, se esfuercen en poner etiquetas a todo, inclusive a lo que concierne al sexo.

 

Porque si el acto en sí mismo deviene pensamiento recurrente, la justificación más probable encuentra razón en algún defecto de fábrica, relacionado a espaldas de nosotros con nuestro funcionamiento como individuos miembros de una sociedad (a escala universal), que al menos en apariencia y a voz en cuello se autoproclama «moderna».

 

Y es que, amparados en la libertad, se enarbolan nuevos modus operandi que, en cuanto a las relaciones, sacan los colores a cualquiera. Pero eso está muy bien para algo que, dotados de autocontrol, podemos frenar. Ese es el detalle con las acciones, pero ¿qué hacer con los pensamientos? ¿Cuál es la forma exacta para ponerles freno y desterrarlos de nuestras más o menos apacibles existencias?

 

La respuesta no viene ahora, porque antes quiero hacer un alto en el camino.

 

El universo, machista por definición, ha preconfigurado desde tiempos inmemoriales castigo (por lo menos moral) siempre para las mujeres. Se considera completamente fuera de la norma cualquier tópico que se vincule directamente a nosotras.

 

Incluso, es mal vista aquella que con desenfado comente sus experiencias. En este punto no entiendo de reglas vinculadas a la salud emocional o a la sana convivencia… siendo que siempre se les vuelve complicado entender si realmente disfrutamos. ¿No sería mejor entonces darnos pie forzado para que sepan qué nos hace, literalmente, tocar el cielo?

 

En internet he encontrado que el psicólogo y sexólogo Raúl Padilla (aunque es xy) coincide conmigo. Él explica que «esta falta de comunicación se debe al estereotipo social de que la mujer es un ser dedicado a dar placer al hombre».

 

Continúa el experto en Sexología: «la sociedad sigue colocando a la mujer en un punto pasivo en el que si expresa su sexualidad abiertamente, puede ser considerada como promiscua».

 

Tengo por seguro que nos cuidamos mucho de las apariencias, pero algunas de mis amigas me comentan que se han descubierto actrices cuando, en pleno acto, no pueden alcanzar el orgasmo y temen que su compañero se sienta defraudado de sí mismo. Recurren —ellas— entonces al histrionismo como la más elegante de todas las salidas.

 

Uno de los pensamientos más recurrentes en cualquier situación sexual para las mujeres, según reseña el portal www.nosotras.com, se vincula a las comparaciones. Inevitables déjà vu de relaciones pasadas que —incluso— pueden conducir a un orgasmo rapidito.

 

No estoy exhortando a nadie a que haga nada, valga aclarar. Lo hago para evitar que imprima esto y luego lo presente como evidencia o en funciones de permiso universal para fingir sus momentos de clímax.

 

Lo que más golpea a las mujeres en pleno acto es la desconcentración, el desenchufe total con el momento que está viviendo. Más simple de lo que se dice, se vincula directamente al estrés por los quehaceres, donde somos las indiscutibles protagonistas en eso que se llama vida cotidiana.

 

Hace un tiempo escuché que un hombre le pidió a un genio de la lámpara ser dueño del edificio más grande del universo. El genio respondió que estaba cansado, suplicó para que, por favor, solicitara otra cosa. Su dueño alegó que quería entonces conocer el pensamiento de las mujeres y, ni corto ni perezoso, el genio despertó de su letargo y reclamó: «¿de qué tamaño quieres el edificio?»

 

En próximas columnas comentaremos sobre lo que piensan los hombres durante el acto sexual, ellos son menos complicados. No obstante el conocimiento mutuo, si en algo ayuda, en el desinteresado favor de brindar más placer a las dos partes.

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