Otra vez Che

Otra vez Che
Fecha de publicación: 
3 Noviembre 2015
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“Acribillado a balazos, exánime, el Che crece más todavía, se agranda en un fulgor inmenso, poderoso, que domina el dolor de América desde el Aconcagua hasta el Turquino, desde el Plata hasta el Cauto, y anuncia la victoria más segura  que nunca. Pobre Guevara, no. Pobre Barriento. Los tiranos olvidan con  frecuencia el terrible, el vencedor enemigo que es un gran muerto.”  

Qué difícil escribir sobre el Che, el héroe, o sobre Ernesto Guevara, el hombre. ¿No son acaso lo mismo? Un hombre convertido en héroe, un héroe que siempre se sintió hombre…

Qué difícil mencionar incluso su nombre. Tal vez la admiración, el profundo respeto, el “Pioneros por el Comunismo seremos como el Che” que todos en algún momento dijimos, el orgullo de sentirlo nuestro, lo hace inmenso; incluso cuando este sentimiento se hace contradictorio en su misma persona, en su esencia humana. La grandeza de un hombre no debería ser dada solo por su heroicidad, sino ante nada por su humanidad.

Ernesto Guevara es un hombre grande. Y digo es porque ¿quién puede disminuirlo, hacerlo pasado, quién se atreve a decir que el Che está solo, que algún día lo estuvo? Solo alguien que se traiciona a sí mismo, a sus ideas, a su propia humanidad. Solo aquel que ya no puede ser valiente.

Valentía y temor. ¿Quién puede dudar que el Che sintiera miedo? Sería absurdo, qué padre no teme dejar a sus hijos, no poder verlos reír, no poder sujetar sus manos. Cuánto temor no sintió aquel día cuando le dice a Aleida March, antes de irse para Bolivia, que lo único que le podía dejar, era una cinta con su voz, donde se escuchaba un poema de Vallejo y otro de Neruda. Vallejo y Neruda ya no eran ellos, eran el Che, en su mayor intimidad. Cuán valiente hay que ser para tener miedo.

Hace algún tiempo leí una frase sobre el Che que se quedó en mi memoria, no era de un gran intelectual, o político, ni de alguien que lo conoció. Era de un joven cubano, que escribía con profundo arraigo, con convicción.  “El Che es el único muerto que no me parece muerto, pero que duele como si lo acabaran de rematar”. En ese momento creí en la sinceridad de su sentencia.

Hoy, creo que algunas palabras no son de fiar, que algunos sentimientos no son verdaderos, que algunas convicciones nunca existieron ¿tal vez cambiaron? Creo que las palabras cambio y convicción no son ni relativamente parecidas.

Y digo creo porque hablo en mi nombre, desde mi propio sentir, desde mis principios, aunque pueda aventurarme a asegurar que son compartidos con los principios de este pueblo, un pueblo que no necesita que la historia lo apadrine, o lo enaltezca, pues con sus manos ha construido su propia historia, un pueblo que crece con el ejemplo de Ernesto Che Guevara, el hombre, el héroe.

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