TELENOVELA CUBANA: El amor… y las intenciones

TELENOVELA CUBANA: El amor… y las intenciones
Fecha de publicación: 
19 Octubre 2015
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Ya quedó claro, de acuerdo con la crítica aparecida en varios medios, que el amor no alcanzó para consolidar la telenovela cubana de turno como un producto audiovisual de calidad artística y técnica. La dirección de actores estuvo mal, algunas interpretaciones han sido verdaderamente pésimas, la fotografía carece de originalidad, la filmación en estudios desborda acartonamiento, el diseño visual de la presentación está entre los peores de los últimos tiempos, y es posible que la narración necesitara urdirse sobre una trama más sólida, de principio a fin.

Es cierto, todo es cierto. Aun cuando la telenovela haya alcanzado índices de audiencia respetables y la crítica popular resulte mucho más benévola.

Sin embargo, parece que los medios y acaso muchos espectadores han obviado el valor de la perspectiva de género que atraviesa toda la telenovela, desde el primer capítulo trasmitido hasta hoy. Las relaciones entre los personajes masculinos y femeninos, e incluso las relaciones intragenéricas, han sido abiertamente tejidas por los realizadores y guionistas en oposición a los prejuicios, al machismo y a las conductas patriarcales que afectan a ambos géneros (pero sobre todo a las mujeres) en la sociedad cubana actual.

Que ese empeño ha pecado por el exceso de didactismo, por la concepción de diálogos prácticamente inverosímiles y, digamos, por la falta de delicadeza a la hora de referirse al orgasmo femenino o al supuesto «papel de hombre», también es verdad. Aun así, en muchos casos el enfoque de género ha logrado sus fines y matiza la historia sin mucha alharaca. Nadie olvide la función de los productos audiovisuales —del melodrama, también— en la educación de los públicos, más allá de su capacidad para promover el entretenimiento y la evasión.

Posiblemente no exigimos tanto a la telenovela brasileña que, está de más decir, proviene de una industria afianzada. Aquella puede ser inverosímil y hasta irreal, pero la nuestra está obligada a presentar la realidad lo más apegada posible a los hechos. Por eso, cuando los guionistas (Mayté Vera, Consuelo Ramírez y Jorge Alonso Padilla) han decidido el curso de cada trama o el desenvolvimiento de un personaje no solo asumieron, a mi juicio, que en Cuba sucede de tal forma, sino que lo ideal sería que sucediera de otra, más desprejuiciada y menos sometida a un orden de cosas preestablecido. Y las intenciones valen la pena.

En algunas escenas varios personajes, hombres y mujeres, han aparecido leyendo Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios, un libro de crítica y exégesis feminista de la investigadora cubana Luisa Campuzano. A algunos espectadores les ha parecido que se trata de un hecho incoherente e injustificado. Pero, en realidad, parece un guiño de los realizadores, entregados deliberadamente a enfocar la narración desde la perspectiva de las mujeres.

Solo basta repasar el devenir de algunos de los principales personajes femeninos para reconocer el enfoque de género que salva una parte de la telenovela o que, por lo menos, evidencia las buenas intenciones autorales. (Claramente, sin esto, toda la obra podía haber sido peor). Los personajes interpretados por Mayelín Barquinero (Rita) y Yamira Díaz (Queta) trabajan en un taller de reparaciones de equipos mecánicos, y el hecho no es, claro que no, azaroso. Desde el perfil general que uno va creando de ambas mujeres no sería ni remotamente lo mismo que se desenvolvieran, por ejemplo, en una peluquería o en una tienda de ropa, sitios más vinculados al sexo femenino que un taller, de acuerdo con los estereotipos en uso.

 

altTeté (Daysi Sánchez) y Nereida (Leydis Díaz)

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Yamira Díaz (Queta)

Rita, por su parte, no solo ha validado su capacidad de decidir sobre su propia vida (el divorcio, la relación con un hombre más joven…) sino que también configura, junto a Queta, la tensión mujer empoderada-mujer tradicional. Mientras una reivindica su derecho a la felicidad, más allá de los caprichos de sus hijas, de la dominación absurda de su exmarido, y de los cánones establecidos socialmente para «las mujeres de su edad», la otra aparece más sometida a los designios de su compañero. Y en esa contradicción de paradigmas Rita emerge, sin duda, como la heroína.

Aunque a algunos les parezca extraviada, Nereida (Leydis Díaz) quiere mantener a toda costa su independencia. Y por eso le cuesta decidir si va a casarse o no con un hombre que se convertiría inmediatamente en «el hombre de la casa». Y por eso, aunque ama a Víctor (Alberto Joel García), también está dispuesta a convertirse en madre soltera, sin más conflictos.

Por otro lado, Teté (Daysi Sánchez) defiende a toda costa su derecho a la realización. Que escriba cuentos en su libreta, que reconfigure los hechos cotidianos a través de su propio deseo/necesidad de expresión, y aun en contra de su marido malhumorado y machista, remueven y desajustan el eje de la típica mujer ama de casa entregada al servicio de los demás.

En general, las tres mujeres —Rita, Nereida, Teté— funcionan como paradigmas dentro de la telenovela, y establecen allí (y fuera de la pantalla) una tensión con otras mujeres (más) tradicionales. Ellas mismas tienen que sacudirse a veces una capa de estereotipos sociales, aunque no lleguen a ser siempre, por supuesto, los seres más emancipados.

De esta forma, unos y otros personajes femeninos (y también algunos masculinos) configuran la perspectiva de género que, si bien no es exclusiva de la actual telenovela, sí alcanza aquí sus mejores resultados por la coherencia del enfoque.

Ahora, lo que está logrado desde el punto de vista del género no se consigue en el ámbito audiovisual, ni tampoco en la imbricación (natural, diluida) entre intencionalidad y obra artística. Y a estas alturas no hay remedio: ya sabemos que la telenovela cargará con esa cruz hasta el final.

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