Adiós, verano: el último papalote

Adiós, verano: el último papalote
Fecha de publicación: 
31 Agosto 2015
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Caía ya la tarde. Era la hora de las siluetas y recortados contra el sol, tres niños porfiaban por elevar sus cometas. De seguro no se lo habían propuesto, pero en su empeño de cazar, como mariposas, las escasas brisas que pudieran elevar los papalotes, protagonizaban un hermoso ritual de despedida a las vacaciones.

Como queriendo apresar los últimos instantes, allí estaban, en el gran patio de una escuela que este martes se llenará de uniformes y disciplinas, pero que aún permanecía sin riendas ni normas, pretendiendo, él también, desde el ondular libérrimo de la hierba, saborear los pasos descalzos y finales del verano.

Parecía una ofrenda el papalote, coleteando con trabajo para despegarse de la tierra, pero de cara al cielo y como agradeciendo, en nombre de los tres chiquillos, tanta alegría y risa, tanto corretear y saltar y nadar y volver a reírse de las quietudes.

 

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Sería casi imposible conocer a cuántos cubanos les alcanzarían los motivos para igual elevar su papalote al cielo en son de agradecimiento por unas buenas vacaciones. Pero lo cierto es que a playas, piscinas, ríos, no les faltaron visitantes. Y donde quiera que sonaba una música, ahí estaban las cinturas listas.

Claro que reducir este verano a mar y música es apenas verlo. Porque los cubanos no son solo eso, a veces ni eso, y es sabido que, en sus vacaciones, no pocos se dedican a saldar pendientes: la llave de agua que no cierra, hacer una copia de la llave, echarle un derretido al techo, darle la gran limpieza de azulejo por azulejo al baño, visitar a parientes en otras provincias, resolver los papeles de la vivienda, echar abajo el closet, ir por fin a la consulta médica… Es un gigante etcétera, engordado por carencias, burocracias, falta de tiempo y a veces, de ánimo.

Y el calor, ah, el calor. Ese omnipresente vacacionista posicionado en todas partes, en donde íbamos y no íbamos. Sofocando ventiladores, abanicos, periódicos, echando a perder con los sudores ropas y cabellos alisados, maquillajes, perfumes, y en oportunidades, hasta el carácter. Más de una risa y hasta abrazos fueron abortados a causa del calor. Pero, aun llevándolo a caballito sobre las espaldas, como niño malcriado que no quiere caminar, los habitantes de esta isla pocas veces se vieron frenados por el maldito calor, infernal y consuetudinario mal vecino.

Para estos tres niños que empinan sus papalotes no fue problema, sino, simplemente, sinónimo de verano. De puertas y ventanas abiertas, mar, viento contra la cara, el pelo sin mordazas, pelotas, las rodillas sucias, el libro con la página doblada para saber dónde, un arañazo en el codo tratando de alcanzar el mango, música, besos, calor y más calor… Vacaciones que dicen adiós y, como el papalote, no se van a bolina, quedan cual isleta de luz en la maraña de los recuerdos y los cuentos que empezarán a desgranarse este martes de escuela y trabajo.

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