Algo huele a podrido y no son los mangos

Algo huele a podrido y no son los mangos
Fecha de publicación: 
28 Agosto 2015
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Y Eloísa está frente al cajón de mangos que no hace mucho eran rojizos, anaranjados, perfumados, apetecibles, y ahora son solo una loma maloliente escoltada por moscas.

Cuando aun no estaban descompuestos, pero ya anunciaban que poco les faltaba, le preguntó dulcemente al vendedor de la tarima que cuándo los iban a rebajar, y el hombre le respondió con una encogida de hombros.

Luego, ya prácticamente apolismados –tan grandes y buenos que estaban-, volvió a dirigirse a la misma persona: “mi’jo, ¿por qué no me los rebajas un poquito, si mira como están ya?”.

“No puedo, abuela”, y siguió limpiando las cebollas.   

 
Ahora, el cajón en que tantas Eloísas, y otros, posaron sus ojos deseosos, está esquinado a la salida del puesto, aguardando para ser alimento de cerdos.

Sí, no es un negocio estatal, tampoco se rige por la oferta y la demanda, de ser así, de haber habido correspondencia entre la primera y la segunda, los cerditos no serían los beneficiados. No vale ponerse aquí a nadar, chapotear, en que si precios topados, si inspectores, si impuestos…

Es insensato aspirar hoy a que todos podamos adquirir las mismas cosas; tampoco se vale aquello de que “la miseria repartida entre todos toca a menos”. Mas sí tenemos todos, como seres humanos, igual valor y  dignidad, con independencia de los ingresos, las ocupaciones o cargos, las razas, los credos, y otros tantos.

Pero Eloísa no pudo competir con los cerdos. Alguien decidió que era preferible dejar podrir los mangos a rebajarles el precio. Y el caso no es excepción, se ha visto igual con las cebollas, las frutabombas, los plátanos, los tomates.

Por eso mejor detenerse en cuánto nos queremos entre nosotros los cubanos; en cuánto valemos los unos para los otros, en cuán dignos nos comportamos, y cuánto es propiciada esa dignidad.

Porque la abuela no se decidió a “bucear” entre los mangos podridos buscando el mejorcito, pero hay quienes lo han hecho –y también, horror, espanto, quienes han sido regañados por hacerlo “porque esa caja ya está vendida, señora”. ¿Y vendida para qué? Pues para los puercos, para sancocho.

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