Impidiendo el ejemplo griego

Para fines de este mes o principios de julio debe estar dilucidada cuál sería la respuesta de las corporaciones europeas que dominan el modelo político del continente en relación a la petición de Grecia de renegociar la deuda, luego de que esta eliminara condiciones leoninas que la hacen realmente impagable.

La cuestión, por supuesto, es mucho más compleja, porque los entes financieros del denominado viejo continente tratan de utilizar a los gobiernos de las economías más poderosas, con la lógica e impuesta aquiescencia de las débiles, para hacer colapsar el ejemplo que quiere dar el gobierno de la agrupación de izquierda Syriza, con el primer ministro Alexis Tsipras al frente, de eliminar la política de austeridad impuesta al pueblo, atentatoria a los derechos humanos más elementales.

No importa las palabras de falsa comprensión de Merkel y otros poderes europeos, porque detrás están las propuestas que, de cumplirse, dejarían en el piso la calidad de vida del griego.

En este contexto, Tsipras consideró inaceptables recortes en las pensiones y el aumento de las tarifas de electricidad.

Se quiere eliminar la Caja de Pensiones Sociales de Solidaridad, que beneficia a 250 000 pensionistas, elevar del 13% el 23% el Impuesto de Valor Agregado a las facturas eléctricas, y aumentar de 6,5% a 11% el de alimentos básicos, medicinas y libros.

Pero esto no es todo: los acreedores quieren despidos masivos, la abolición de las negociaciones de contratos colectivos, el retiro de todos los empleados del sector público que ya fueron despedidos y recontratados recientemente, así como el fin de la jubilación anticipada.

Hasta ahora Tsipras y su gobierno se han mantenido firmes en rechazar las impopulares demandas, algo previsible desde que Syriza triunfó inobjetablemente sobre los partidos tradicionales en las elecciones de enero último.

Desde el primer momento, los consorcios europeos reaccionaron con cautela, y uno de sus voceros, el primer ministro finlandés, Alexander Stubb, expresó ambivalentemente:

“Nosotros no perdonamos los préstamos, pero estamos dispuestos a discutir la ampliación del programa de rescate o de vencimiento… Pero esto no va a cambiar el hecho de que Grecia debe continuar con las reformas económicas”, reformas que, como se conoce, se pueden traducir en austeridad y más austeridad.

Otros dirigentes occidentales auguraron el aumento de la incertidumbre en el destino del pueblo griego, y el Fondo Monetario Internacional, aunque aseguró primero que iba a cooperar, dijo luego que Grecia no puede tener un tratamiento especial de sus deudas.

Deudas contraídas en onerosos condiciones que no debían haber sido aceptadas por anteriores gobiernos demostradamente venales, que llevaron al pueblo a la desesperación.

A su vez, Tsipras ha indicado un acercamiento con BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica), principalmente con el banco que está siendo creado por el grupo emergente.

Ello, por supuesto, ha molestado a Alemania y a otros representantes de las economías europeas, que intentan el fracaso de Syriza, Tsipras y, por tanto, del pueblo griego.

De lo contrario, no se pudiera pedir más sacrificios a los pueblos de España, Portugal, Italia y Francia, y fracasaría la política de austeridad por las cuales juran los gobiernos de la Unión Europea y sus entidades financieras.

Apunta el politólogo brasileño Emir Sader que quieren que Tsipras se rinda y le diga a su pueblo que no hay alternativas, que hay que pagar una deuda que es impagable, y que salir del euro significará una masacre total.

Temen al ejemplo de lo que se está haciendo en Suramérica, que, en mayor o menor medida, implantan políticas contra el neoliberalismo, con el fin de salir de su modelo, como ocurre en Argentina, Brasil, Uruguay, Venezuela, Ecuador y Bolivia.

Una tarea difícil, pero no imposible, esta del gobierno griego, todo un desafío, el primero al hegemonismo neoliberal en Europa.