¡Ay, Obama!, vete pa' La Habana
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Yo no sé dónde habrán aprendido español, pero aquellos turistas coreaban de forma perfectamente comprensible esa frase que ahora uso como título de este artículo.
Desde Theodore Roosevelt (1901-1909) a Dwight D. Eisenhower (1953-1961); desde John F. Kennedy (1961-1963) a Barack Obama (2009-), diecinueve presidentes norteamericanos han pasado por la Casa Blanca y ninguno visitó oficialmente a Cuba como país independiente. ¿Lo hará Obama? Es lo que todo el mundo se pregunta; menos por las dudas que por el deseo de que realmente lo haga. Sería uno de esos casos en que la prensa puede usar sin gratuidad, con toda la justificación profesional, el adjetivo “histórico”.
Hace solo unos días, ante una pregunta de la periodista de la Televisión Cubana Cristina Escobar en la Casa Blanca acerca de si el presidente Obama podría visitar Cuba, el secretario de Prensa, Josh Earnest, respondió: “Sé que a él le daría mucho placer la oportunidad de visitar la isla de Cuba y en particular, La Habana”. Ya el 11 de mayo el propio vocero Josh Earnest, para aclarar algunas informaciones que daban como un hecho que el presidente Obama visitaría Cuba, señaló que no era algo inminente pero no descartaba que dicha visita se produjera antes de que terminara su mandato.
Desde que el presidente Obama y el presidente Raúl Castro empezaron a romper barreras, la referida visita es una posibilidad constante en la prensa. Es lógico, es lo que corresponde. Obama y Raúl se saludaron con un estrechón de manos de gran simbolismo durante los funerales del líder sudafricano Nelson Mandela; después hablaron extensamente por telefónico para sellar los acuerdos informados el 17 de diciembre del 2014 y se reunieron públicamente y en privado durante la VII Cumbre de las Américas en Panamá.
¿Qué es lo que falta? La visita del presidente norteamericano a Cuba, que es donde se están dando los procesos más importantes. Por supuesto que también el presidente cubano Raúl Castro podría visitar los Estados Unidos; ya sea como parte de una invitación a un encuentro bilateral, o como un punto de la agenda de una reunión en un organismo internacional con sede en ese país; como varias veces hizo el Comandante en Jefe Fidel Castro en calidad de Jefe de Estado y de Gobierno, o de presidente de los Países No Alineados.
Un viaje a Cuba del presidente Barack Obama tendría una importante repercusión en las instituciones norteamericanas. Se trataría de la visita del cargo más influyente en la política y el gobierno a nivel de toda la federación. La visita de quien es, por el Artículo II de la Constitución, el jefe supremo del ejército y de la armada de los Estados Unidos. De entrada, ese gesto pondría fin a todas las especulaciones sobre el “peligro” y “amenaza” militar de Cuba, y confirmaría como ridículas las puestas en escena del trasiego ilegal de armas y los cuentos sobre fabricación de artefactos bioquímicos para atentar desde Bejucal o Jaruco contra el vecino país.
El presidente norteamericano no visita amistosamente un país con el que está en guerra, a un país al que considera un peligro para su nación. La presencia de Obama en Cuba obligaría a tomar nota a los legisladores del mensaje; sobre todo en un contexto en el que ya deberían estar abiertas las embajadas, haber salido Cuba de la infame lista de países que promueven el terrorismo y seguramente haberse producido en calidad de preámbulo otras visitas de importancia, como pueden ser las del Vicepresidente Biden o el Secretario de Estado Kerry. Por otra parte hay que considerar que el presidente Obama no viajaría solo. ¿Quiénes lo acompañarían en la comitiva? Quizás la primera dama, sus más importantes asesores, hombres de negocios, algún gobernador estatal, probablemente representantes del mundo del arte y el deporte, académicos.
Nadie, ni sus más grandes críticos, rechazarían la invitación a integrar la delegación presidencial norteamericana que haría la primera visita oficial a Cuba.
Por supuesto que esto provocaría una gran alharaca en algunos círculos de extremistas de Miami. Aunque es de suponer también que la prensa mediocre y malsana, reducida a un ejercicio de resentimiento desde el 17 de diciembre del 2014, tendría que guardar ciertas formas ante el despliegue de la poderosa voluntad presidencial, ahora representada en Barack Obama. La misma Ileana Ros-Lehtinen, que tanto blasfema en Miami contra la normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, no tendría otro remedio que moderar sus declaraciones y darle el trabajo sucio a Carlos Curbelo; como antes hacía con David Rivera, a quien comprometía con los más grandes disparates anticubanos, solo con el fin de que ella luciera más o menos decente en el Comité de Relaciones Exteriores del Congreso.
Una vez que el presidente de los Estados Unidos viaje a Cuba, muchos temores se disiparán para siempre. Mucha gente buena pero que se ha dejado chantajear por los extremistas de Miami, podrá soltar sus amarras y manifestar libremente el respeto que a pesar de la distancia siente por Cuba.
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