JOVEN Y ARTISTA: “Soy un rebelde que pinta”

JOVEN Y ARTISTA: “Soy un rebelde que pinta”
Fecha de publicación: 
20 Mayo 2015
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Pintar, pintar y pintar. Sin seguir rutinas férreas, sin tener que complacer a nadie, sin presiones institucionales. Lo de Vladimir Martínez Ávila (Sagua la Grande, 1979) es pintar.

Lo decidió desde que era niño. Siempre tuvo eso que llaman “sensibilidad”, que viene siendo la capacidad para ver el mundo con otros ojos.

Donde el hijo de vecino ve un árbol, el hombre sensible (digamos ya: el artista) ve una metáfora de la vida. Las cosas están ahí, “existen”; otra cosa es otorgarles sentidos.

Uno entra en la casa de Vladimir Martínez (sus cuadros cubren casi todas las paredes) y se zambulle en un ámbito de hondas y reconocibles implicaciones, con una clara identidad visual, una coherencia estilística.

Aquí están las piezas de toda una serie de creaciones: sombreros de yarey, cuchillas de afeitar, campesinos, figurillas de metal, una y mil herramientas, rejillas, pequeños mensajes manuscritos… en entramados que muchas veces se rebelan ante lo bidimensional.

“Si te fijas —dice Vladimir—, son elementos de la vida del campesino, del hombre sencillo. Elementos esenciales. Yo estoy recreando, de alguna manera, el alma del campesino”.

 

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Cada cuadro es una especie de puesta en escena. Cada cuadro es, de alguna manera, una historia.

“Sí, tienes razón. Al pintar yo estoy narrando, de la manera tan especial con que uno puede narrar pintando. En esos cuadros hay recuerdos de mi infancia, visiones de un mundo añorado.

“Hay mucha intuición en mis cuadros. A veces voy a los basureros y recojo objetos que la gente ha desechado. Cada objeto tiene un itinerario, ha significado algo para alguien.

“Al reagruparlos recreo un discurso, que es mi discurso. Nunca pretendo imponérselo a los demás. Asumo que la gente los sentirá a partir de sus propias experiencias”.

Las experiencias de Vladimir, está claro, coinciden en buena medida con las de muchos cubanos. En las obras hay mensajes (perdonen que use la palabra “mensaje”, ya sé que no es el término más apropiado hablando de arte) muy diáfanos, muy directos, bastante incisivos.

Si yo veo un hombre que en lugar de ojos tiene cuchillas de afeitar no puedo evitar las especulaciones: la imagen es fuerte, la metáfora no es apacible.

 

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La obra de Vladimir es obra de inquietantes asociaciones. Y por momentos hay una clara vocación social, una reflexión sobre el aquí y el ahora.

“A veces sí, por supuesto. Desde la misma elección del tema. Cada vez que uno crea, está diciendo algo. Más o menos evidente. Hay mucho tema social en mis pinturas. Pero las conclusiones definitivas las sacará cada espectador. Y son personalísimas.

“Yo pinto para mí, y pinto porque sin pintar no puedo vivir. No es un simple hobby, no es una elección fortuita. Es una necesidad vital.

“Cuando termino un cuadro, cuando siento que está completo, el acto creativo se multiplica, cada quién le dará un valor particular.

“Pero cada uno de los cuadros, incluso los que vendo, los que ya no tengo conmigo, sigue siendo mi cuadro. Es más, cuando vendo una pintura, me ocupo de tener bien claro a dónde va a parar”.

Vladimir se apasiona con las series hasta el punto de soñar con ellas. “Sueño que pinto y pinto lo que sueño. Casi me obsesiono, trabajo horas completas, sin noción del tiempo. Pero cada serie tiene un fin, llega el momento en que sé que se ha agotado”.

Eso está pasando con Los gritos del silencio, una serie que lo ha acompañado mucho tiempo.

Ahora piensa en José Martí, ese ser extraordinario.

“Martí ha sido el más grande de los cubanos, de eso no hay dudas. Para mí siempre fue fuente de inspiración. Yo quiero pintar un Martí de estos tiempos; quiero insertarlo en las dinámicas actuales porque él siempre tiene cosas que enseñar.

 

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“Es un Martí rebelde, un Martí precoz y batallador, un ser humano con dudas y convicciones.

“Puede que llegue a resultar polémico y ojalá que lo sea, no me interesa una visión meramente decorativa, no me interesa lo bonito. Pero te aseguro que nunca será reaccionario”.

Para Vladimir Martínez Ávila el arte es ámbito de libertad, tribuna de ideas. “Yo soy un rebelde que pinta. Y pinto sin hacer ninguna concesión intelectual o personal.

“No integro registros institucionales, estoy al margen de ciertas dinámicas promocionales. Soy un artista autodidacta y me siento orgulloso de serlo. Nunca me gradué en la academia, aunque estudié un tiempo ahí. Obviamente, el estudio es importante, te da herramientas, te abre caminos. Pero la academia no hace necesariamente al artista.

“Lo importante es la obra, las listas suelen ser artificiales”.

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