Devotos de La Milagrosa en el Día de las madres

Devotos de La Milagrosa en el Día de las madres
Fecha de publicación: 
10 Mayo 2015
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La leyenda de La Milagrosa es muy conocida, comienza tres años después de su muerte de parto cuando, según cuentan, se exhumó su cadáver y se encontró su cuerpo intacto y con el feto en los brazos, en vez de en los pies, como se aseguraban estaba colocado al momento de ser enterrados.

Desde entonces su tumba es un lugar de peregrinación cada segundo domingo de mayo, principalmente para embarazadas y madres de todos los lugares de Cuba que llegan al cementerio de Colón en busca de sus milagros.

Entre docenas de leyendas que guarda este camposanto la más difundida o popular es la de Amelia, una mujer de la nobleza habanera que murió en esta capital el día 3 de mayo de 1901 a consecuencias de un complicado parto.

El hecho, como ha de suponerse tuvo resonancia en la población por tratarse de una mujer joven, bella y de familia adinerada. Amelia, sobrina de los marqueses de Balboa, contaba al morir con sólo 24 años de edad y el fallecimiento se producía apenas a un año de haber contraído matrimonio con Vicente Adot Rabell, entonces capitán del Ejército Libertador.

Amelia moría al año siguiente víctima de la eclampsia, tratando de alcanzar la cúspide de su amor con el nacimiento del primer hijo. Comenzaba entonces el sufrimiento de Vicente a la misma edad.

Muchos curiosos le veían ir y venir y comenzaron a imitarlo, pocos al principio pero con la colocación de la estatua, en 1909, y cualidades extraordinarias que sobre su esposa muerta Vicente deslizaba entre sus allegados, el número de devotos comenzó a crecer.

Algunas personas le atribuyeron a la muerta el incremento de la riqueza de su esposo y la prosperidad de sus negocios, ya que este concurría a la tumba hasta dos y tres veces diariamente y conversaba largamente con ella.

En cada visita que hacía Vicente Adot a la tumba de su amada, la cubría con grandes cantidades de las más exóticas y costosas flores. Los curiosos que acudían al cementerio observaban desde lejos cómo a determinadas horas del día descendía de su coche vestido todo de negro y cargado de flores. A la hora de marcharse, el viudo lo hacía siempre sin darle la espalda a la escultura de mármol de Carrara.

Según una investigación sobre el tema de la Revista Bohemia, la difunta estaba inscripta como Amelia Francisca de Sales Adelaida Ramona Goyre de la Hoz y fue sepultada en la bóveda propiedad de Gaspar Betancourt y de la Paz, situada en el cuadro noroeste 28 campo común, y era natural de La Habana.

Fernando Hernández Benítez, con más de 30 años de trabajo ininterrumpido en la administración de la necrópolis, fue uno de los primeros en descubrir, junto al jardinero Tomás Suárez Menéndez, un hecho muy significativo que desmitifica el aspecto fundamental en el que se sustenta la leyenda: Amelia Goyre jamás fue exhumada. Tampoco existe la evidencia documental de que su niño fuera sepultado.

En toda inhumación en propiedad particular, institucional o del cementerio, es de obligación presentar el certificado de defunción para proceder a su enterramiento y asentar en el libro de registro de Inhumaciones la inscripción correspondiente, alegó Fernando entonces.

En este caso sólo aparece la madre, no hay nada consignado sobre el niño. Al margen de la Inhumación no aparece registrada la exhumación. Por lo tanto, sus restos no han sido extraídos nunca.

Tomás, quien entonces acumulara más de 50 años de trabajo ininterrumpido como jardinero afirmaba que los restos de Amelia jamás han sido extraídos y esto ocurrió así por voluntad expresa del que fuera su esposo.

“Siempre me advertía que le cuidara su tumba, que no tocara las flores que cada día traía y se oponía a que persona ajena se acercara a la tumba.” Me decía: “no sé por qué motivos le ponen flores a Amelia personas desconocidas. Esto no tiene sentido, si yo lo hago es porque fui su esposo. Nadie más tiene ese derecho”, contaba Tomás entonces.

En la actualidad yacen enterrados allí y jamás han sido exhumados, los cuatros miembros de esa familia, entre ellos el propio Vicente Adot que falleció el 24 de enero de 1941 en el Hospital Militar de esta capital. Según consta en los registros de enterramientos de la necrópolis habanera, Alberto Fernando Adot, hermano de Vicente, fue el último inhumado y su fallecimiento ocurrió el 4 de septiembre de 1980.

Margarita Adot Lewis, quien fuera hija de Alberto Fernando y sobrina de Vicente y Amelia afirmó en una entrevista a Bohemia que su tío Vicente fue quien dio pie a la leyenda que hoy se conoce. Su proceder anormal contribuyó a que se tejiera una fantasía alrededor de Amelia.

“No la conocí personalmente, contó, pero desde muy pequeña pude escuchar de labios de mi tío Vicente todo lo acontecido. A los ocho meses de gestación Amelia sufre lo que los médicos hoy llaman eclampsia puerperal. Yo diría que a partir de aquel entonces mi tío se transformó en otra persona, a tal punto que hasta el momento de su muerte jamás volvió a recobrar la razón.”

“Siempre mis padres me contaron que para tratar de salvarle la vida a Amelia, los médicos, que en aquella época no tenían otros medios, optaron por extraerle el feto a pedazos. Es posible que la leyenda haya surgido también de la escultura que hay sobre la tumba donde ella aparece con un niño en los brazos”, dijo Margarita.

Vicente siempre se opuso a la exhumación, contó la sobrina, pues él la consideraba como una profanación. Además en su delirio, él se la imaginaba que dormía su sueño eterno y que sólo él tenía el privilegio de despertarla. Tan cierto es que se opuso a que fuera enterrada en el panteón de los marqueses de Balboa y prefirió pagar una fuerte suma de dinero para que estuviera sólo para él.

Mas ya era tarde. En su afán de venerar a su amada no se percató de que engendraba un ritual que sobreviviría a su muerte y los devotos fueron creciendo cada vez más entre nacionales y extranjeros.

La única rosa de José Vicente dejó de ser exclusiva para generalizarse entre los cubanos como La Milagrosa de Cuba. Hasta su tumba le traen flores, jardineras fúnebres en agradecimiento, ropitas de niños y pañales, incluso algunas madres vienen con el recién nacido directo del hospital cuando le dan de alta al niño, lo desnudan y esa ropita la dejan sobre la tumba. Sin dudas una fe que, aunque nació de una tragedia, hoy representa un culto popular espontáneo e irreversible en la cultura nacional.

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