MIRAR(NOS): Simplemente amar, sin segundas lecturas

“El respeto al derecho ajeno es la paz”
Benito Juárez

(…) Estaban en plena calle, ajenos al concierto de miradas atónitas del mundo a su alrededor. Conscientes de que besarse no era (ni es) delito, siguieron haciéndolo por largo rato poniendo mínimas pausas para sonreír y mirarse el uno al otro.

(…) Elsa tiene 24 años. Su novio 45. Cuando habla de él, todos le rectifican que en lugar de novio coloque la palabra “marido”. Acaso sin entenderla como alevosía, la gente que rodea a Elsa no procura entender los conceptos del apresurado siglo XXI.

(…) Elsa, aquella pareja, usted que lee y quien escribe vivimos en un mundo de etiquetas. Nos complacemos en ponérselas a todo, incluso a lo que forma parte de la realidad inmediata de otros.

Aparte de las extensas colas de los mandados, en la parada e incluso en el correo… quedan horas extras para preocuparnos por los asuntos del otro. En cuestiones de pareja tenemos siempre algo que aportar, un agrego indispensable cual si se tratara de una pizza insuficientemente surtida.

¡Ay la humanidad!- dijera Pedrito Calvo. Poniéndole a aquello el nombre de azul y a esto otro el apellido de rojo… se nos escapa que el color de la vida depende siempre del cristal con que se mire y no de una perspectiva rígida, monótona y falta de contrastes.

Yo estaba cerca de la primera pareja. Era inevitable no ser parte de su sentimiento (no aseguraría que fuera amor, nunca se puede asegurar eso). Aunque siento declarar que no estaba en la primera fila (leáse cerca de ellos), fui testigo ocular, mal que me pese, del estupor de aquellas señoras. Pasaron por su lado persignándose, cual si aquella pareja tuviera lepra o ébola: para estar más a tono con los padecimientos actuales.

De pronto, sin previo aviso, como una bomba una soltó: - Miren para eso, ¡qué horror!

Empecé a buscar posibles pistas para comprobar el elemento horroroso. La cuestión de los besos podía ser, pero luego pensé que era demasiado, ahora también los adultos mayores se van adaptando a expresiones amorosas en la vía pública.

¿A qué se refería entonces? ¿Por qué exclamaba de esa forma? Ahhhhh ya, no puede ser, pero en efecto era… aquella señora sentía repulsión porque esa pareja estaba integrada por una joven negra y un muchacho blanco.

Peor para ella, peor para la ínfima parte del mundo que no aprende que somos seres humanos, mucho más allá de sexo, raza o inclinación sexual. En materia de sentimientos, y en general entre todas las aristas el color de la piel representa un concepto en franca decadencia que si bien pudiera analizarse en el pasado hoy agoniza en medio de otras cuestiones verdaderamente complejas.

Cuba es una suerte de ajiaco, ya lo dijo don Fernando Ortiz. A juicio de Zumbado entre los mayores tesoros de esta geografía está la mulata que, lo sabrán todos, apareció como consecuencia de la unión pasional entre un blanco y su negra esclava. Por lo mismo quizás pudo ser perfectamente entendible la censura en el siglo XVIII.

De todos modos, para gusto los colores. Que levante la mano quién contuvo sus deseos, fueran los que fueran, a la hora de la pasión. Los sentimientos no reparan en colores ni en edades… por suerte ni siquiera en el que dirán.

Cada cual es libre de hacer con su cuero un tambor, pero sin molestar al de al lado. Por supuesto, algunos de nuestros “vecinos” en esta calle que es la vida se molestan por lo que no debieran, por lo que no les atañe directa ni indirectamente. El asunto es simple, zapatero a sus zapatos, por más flechitas y segundas lecturas que quieran darle a todo.

Se hacen manuales de cualquier cosa, pero no son cánones inamovibles ni leyes que debiéramos seguir so pena de morir en el garrote o en la horca. Quien ama, que ame a quien quiera y que lo haga como le venga en gana.