Cuquita o La teoría del todo

Cuquita o La teoría del todo
Fecha de publicación: 
1 Marzo 2015
0
Imagen principal: 

Cuquita es una cinéfila empedernida y no pude dejar de pensar en ella cuando la publicación de los premios Oscar le dio la razón. Eddie Redmayne se alzó con el premio al mejor actor por su interpretación del físico, Stephen Hawking, en en  la cinta la Teoría del todo.

Al leer la noticia, no solo me acordé de ella, sino también de Argelisa Moreno Rodríguez, que también es Cuquita, pero de eso hace más de seis décadas, cuando era una guajirita analfabeta que andaba correteando por el lomerío de Buey Arriba, en la Sierra Maestra.

Ella misma me la dibujó la primera vez que hablamos de cine y fue tan delicioso su cuento, que ayer le pedí repetirlo para compartirlo con todos, ahora que los Oscar y su oropel andan galopando por las primeras planas:

Cuqui“Yo soy de la Sierra Maestra, de un pueblito llamado San Juan, en Buey arriba, y nunca había visto luz eléctrica, ni tv, ni radio ni nada de aquello. Crecimos en aquella montaña, en una casita de piso de tierra y guano, con los sapos, los jubos, los alacranes…

“Y cuando tenía como 6 años –me acuerdo perfectamente, como si fuera una película, lo tengo aquí grabado- mi papá le dice a mi mamá: voy a llevar a la niña a Manzanillo, para que conozca un poco de mundo.

“Había que ir desde allá de donde vivíamos hasta el entronque de Bueycito, que es la carretera central, para coger la guagua -guagua que yo jamás había vito, ni tampoco un carro. Papá me había anunciado que cuando cantaran los gallos nos íbamos.

 

Pero imagínate, los gallos cantan a toda hora de la noche, y cada vez que yo oía uno me tiraba de la cama y le decía ‘vamos papá’. Casi no dormí por tanto embullo.

“Al amanecer, papá coge su yegüita, la ensilla, le pone una almohadita delante para que yo fuera cómoda, mete en una jaba mi mejor batica, y salimos. Al llegar al entronque, que estaba lejísimo, me cambió la piyamita que llevaba puesta y me vistió bonita mientras me preparaba: ‘usted va a ver qué bonito cuando llegue  la guagua’. Todo eso para ver si se me quitaba un poco el susto que me había ido creciendo.

“Pero cuando yo veo aquella cosa grande que viene, me escondí atrás de él, arremangada de su pierna y me entraron unos temblores que casi se nos va la guagua, porque yo no quería subir. Pero, bueno, llegamos a Manzanillo, donde íbamos a pasarnos dos días de paseo.

“Nos hospedamos en un hotelito que había allí, y él me dice que me esperara sentada en el cuartico, que iba a comprar cigarros a la acera de enfrente. Pero cuando vi que cerraba la puerta, salí dando unos gritos atrás de él que fue lo más grande del mundo. Me volvió a coger de la manito, a tranquilizarme, y se quedó conmigo allí, sin fumar.

“Al amanecer siguiente era el gran día de ir al cine. Pero primero fuimos por las tiendas y a tirarnos una foto. Yo lloraba por todo. Y al pararme frente a aquella cámara grande, prieta –eran aquellas cámaras de cajón-, rompí en un llanto tan desconsolado que no hubo manera de calmarme. Era a llanto vivo  y así quedé en la fotografía, que todavía anda por ahí, algún día te la voy a enseñar.

“Por fin, después de tanto sufrimiento para mí, llegamos al cine, que era lo que más esperaba. Pero al ver que apagan las luces y queda aquella pantalla grande, iluminada en medio de ese lugar oscuro, lleno de gente, me entró otra vez el susto.

Que se volvió pánico al ver que sale un avión en la pantalla, volando, y parecía que venía directico para arriba de nosotros. Eso fue el acabose. Empecé a dar unos gritos. Y para que papá, que estaba tratando de calmarme, me sacara de allí, le decía altísimo: ¡papá, me pican las niguas, me picaaan!

“Las niguas  son unos bichitos como las pulgas, pero que están en los corrales de los puercos y se meten debajo de la piel de los pies y ahí ponen unos huevitos que paren unas cosas que nosotros les decíamos las cayayas, y eso pica que es un mundo. Yo claro que no tenía ninguna nigua, porque mi mamá me tenía siempre limpiecita, pero le decía eso a papá para que me sacara del cine.

“Y la gente también empezó a decírselo, en voz alta, en medio de la sala aquella: ¡saque, saque a la niña esa! Me tuvo que sacar y no  pude ver nada.

“Al otro día él me compró una muñequita, que tenía una carita de yeso, y yo andaba con mi muñequita que era un encanto lo que tenía, porque nunca jamás había tenido una. Allá en Buey Arriba no teníamos juguetes de verdad, nos los hacíamos nosotros mismos con laticas y esas cosas. Nosotros también le pedíamos a los Reyes Magos, igual que todos los niños de entonces, y hasta le poníamos agua y yerbita a los camellos. Pero al ver que no nos dejaban nada, papá explicaba, y era la misma razón todos los años: ‘mire mi’ja, es que los camellos tienen los cascos muy redondos y no pueden pasar el río, por eso no pueden llegar a la Sierra’.

“Así crecimos, semianalfabetos . Un esbirro que tenía Batista y que se llamaba Sánchez Mosquera, nos había quemado la casita, acababa con todos los campesinos. Y nos unimos a las tropas del Ejército Rebelde con el Comandante Universo Sánchez hasta que triunfó la Revolución. Esa sí que fue para nosotros, que no teníamos nada, la teoría del todo”.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.