DE LA TELEVISIÓN: La otra esquina

DE LA TELEVISIÓN: La otra esquina
Fecha de publicación: 
19 Febrero 2015
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Ya sabemos que para gustos se han producido telenovelas. Pocas veces una teleserie satisface las expectativas de todos los públicos. Está claro que La otra esquina (martes, jueves y sábados por Cubavisión) tiene seguidores y detractores. Pero a juzgar por las encuestas, a un importante segmento de la teleaudiencia le complace.

Es probable que entre los insatisfechos estén aquellos que les piden a los dramatizados nacionales una recreación comprometida y crítica de eso que llamamos “la realidad”, el aquí y el ahora.

Lo cierto es que La otra esquina no se zambulle en el más descarnado debate de la cotidianidad, no propone una discusión profunda sobre los problemas sociales más candentes del momento.

Francamente, no tiene que hacerlo. El eje de estas historias es otro: el devenir de las relaciones humanas. El contexto está recreado con verosimilitud y responsabilidad. Es suficiente.

Algo tiene que quedar claro: los autores tienen la libertad de escoger los ámbitos de sus creaciones. Si no les interesa hablar de los problemas de la vivienda, la calidad del pan y el drama del transporte urbano (y La otra esquina, de alguna manera, no le da la espalda a esas circunstancias), no tienen por qué hablar de eso.

Otros televidentes extrañarán en la obra cierta espectacularidad que resulta casi inherente al formato de la telenovela tradicional.

Tienen razón. Como otras tantas producciones cubanas para este espacio, La otra esquina está en ese terreno de nadie: no es un folletín tradicional, pero tampoco reniega de algunas de las fórmulas del melodrama televisivo. Esa indefinición ha lastrado la calidad de otras propuestas, pero aquí no tanto. La otra esquina está escrita y realizada con sensibilidad. La vocación de matizar es evidente.

Los personajes están trazados con una tridimensionalidad que poco tiene que ver con el esquemático tipo melodramático (el bueno es bueno y el malo es malo). Esta pudiera ser, en buena medida, una historia sin grandes villanos, porque incluso los personajes con actitudes más cuestionables están construidos desde la humanidad.

Todos actúan a partir de deseos y frustraciones perfectamente reconocibles por cualquiera de nosotros. Es una virtud, pero al mismo tiempo pudiera ser un defecto. Quizás por eso los personajes protagonistas no resultan simpáticos del todo. Silvia (Blanca Rosa Blanco), por ejemplo, hilo conductor de la serie, es un personaje complejo, con aspiraciones encontradas; por momentos no sabe cuál es el mejor camino para ella y su familia… La guionista pretendió crear un personaje realista, reconocible. Y lo logró. Pero en el intento le restó encanto, capacidad de seducir al espectador.

Y no tiene que ver con la actuación. Blanca Rosa Blanco, como es habitual, lo hace muy bien. Casi todo el elenco, de hecho, está a la altura. Aplausos para el recién fallecido Raúl Pomares, que no tuvo que abrir la boca para entregar una interpretación relevante. Es evidente que esta producción no tuvo problemas de casting.

Decíamos que La otra esquina no obviaba algunas de las más efectivas herramientas del folletín. Y eso es sobre todo visible en el dinamismo de los planteamientos.

Las tramas se sustentan en conflictos personales y domésticos, que se manifiestan sin excesos de alharaca. La escritora supo contar la historia, dosificarla sin aburrir. Hace de lo cotidiano algo estético, con buen gusto, sin escandalosos puntos muertos.

Quizás extrañemos un poco de sobresalto, de intriga y de misterio. Quizás extrañemos caras más frescas, actores más jóvenes y bien parecidos. Pero en todo caso, la propuesta es coherente.

La puesta en pantalla está entre las mejores de los dramatizados cubanos en estos últimos años. La fotografía es pródiga en composiciones interesantes. Se recrea en el universo objetual que rodea a los personajes, definiéndolos.

Se hace un adecuado uso de los planos, utilizando con efectividad los primeros planos de los rostros de los actores, que son ideales para registrar las emociones. (Es algo tan elemental en la dramaturgia de la puesta, y sin embargo, tantos directores del patio parecen desconocerlo).

La escenografía, la ambientación y la iluminación van más allá de lo meramente funcional. Es evidente, no obstante, que los realizadores optaron por ambientes cerrados, penumbrosos, que por momentos hacen desear más luz y color. Obedece a un determinado sentido dramático, pero lo cierto es que hay más tintes ambarinos de la cuenta.

Por momentos la imagen explota en los blancos, se sobresatura. Parece una responsabilidad de los encargados del tratamiento final de la visualidad.

Otro asunto que llama la atención es la inestabilidad de la cámara, un recurso muy socorrido en las producciones de hoy. Del cine documental saltó al dramático, y de ahí a las series y películas para la televisión. La telenovela latina, en su adecuación a los nuevos tiempos, ha ido incorporando este recurso expresivo. Pero siempre se ha usado con medida. Ha servido para aguzar la inestabilidad en los picos dramáticos, en los grandes momentos de acción y emoción. En La otra esquina se usa hasta el abuso, pues la cámara es inestable cuando la escena es apacible. Cuando llega al momento dramático, ya poco aporta esa ilusión de veracidad. Incluso, ese exceso de inestabilidad llega a molestar.  

Efectiva resulta la banda sonora, apuntalada con hermosas canciones interpretadas por cantantes muy populares. Quizás debieron aparecer más dentro, en los capítulos, siguiendo el patrón de las novelas brasileñas, que tan buen resultado ha dado. ¿Acaso no somos una potencia musical, acaso no podemos vestir nuestras novelas con música y canciones de intérpretes de gran arraigo? Sería una efectiva estrategia de promoción de nuestra música.  

Por su historia, por la huella emotiva que va dejando en el público, es posible que La otra esquina no entre en el escueto altar de los grandes nombres de la tele-dramaturgia nacional. Pero tampoco será una propuesta para olvidar enseguida. El rigor asumido en su puesta puede ser referente y punto de partida a la hora de realizar y analizar los dramatizados por venir.  

De este equipo se pueden esperar otras interesantes entregas. Está claro que la calidad de una serie en este país depende en buena medida del talento, la cultura y la sensibilidad de sus realizadores. A veces incluso más que del dinero con que cuenten (el dinero sigue siendo importante, que conste). La cuestión es aprovechar al máximo los recursos. Ejemplos sobran, en todos los sentidos.

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