Festival de Ballet: Satisfacciones y carencias

Festival de Ballet: Satisfacciones y carencias
Fecha de publicación: 
8 Noviembre 2014
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El XXIV Festival Internacional de Ballet de La Habana ya es historia. Este viernes el público asistente a la sala Avellaneda y los amantes del ballet en todo el país, gracias a la televisión, pudieron disfrutar de la gala de clausura.

Una vez más, Alicia Alonso ha saludado desde el escenario, rodeada de los bailarines participantes. La emoción, como siempre, fue inefable.

Estas han sido jornadas muy intensas, pletóricas de funciones, clases magistrales, exposiciones, presentaciones de libros, cancelaciones de sellos… Queda el buen sabor de haber visto mucho ballet, que es sin dudas el principal mérito de estas convocatorias.

Hay que decirlo: estamos fuera de los circuitos internacionales de las grandes compañías de la danza. El festival es la oportunidad de ver bailar a destacados solistas y agrupaciones de todo el mundo, que llegan convocados por el prestigio de la escuela cubana de ballet, del Ballet Nacional de Cuba y de Alicia Alonso, directora general de estas citas.

Este año han venido a La Habana algunas estrellas internacionales —Paloma Herrera, Xiomara Reyes, Iván Putrov, Joaquín de Luz—, pero no tantas como en anteriores ediciones.

Faltaron, por ejemplo, representantes de las principales compañías del ballet europeo: bailarines y coreógrafos del Royal de Londres, la Ópera de París, el Bolshoi… que hubieran otorgado más contundencia a los programas combinados.

Hubiera sido bueno que el espectro estilístico de los convidados fuera más amplio.

 

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Porque ha sido evidente el desnivel de estas funciones. Se han presentado espectáculos de altísimo vuelo, junto a propuestas de rampante medianía. Y alguna que otra coreografía que, francamente, no estaba a la altura de la convocatoria.

Es necesaria una labor más rigurosa de curaduría, que establezca jerarquías y referencias. El público siempre tiene la última palabra, y es lamentable el espectáculo de un teatro que se vacía después del intermedio, por el poco interés que suscitan algunas de las piezas en programa.

Eso ocurrió, por ejemplo, con la función del miércoles en la sala Avellaneda.

Afortunadamente, siempre hay creaciones sugerentes y bailarines de extraordinaria calidad.

Las compañías invitadas, en sentido general, ofrecieron funciones atractivas. Pontus Lidberg Dance y el Ballet Hispánico de Nueva York mostraron piezas muy logradas.

En el caso de Pontus Lidberg llamó poderosamente la atención la capacidad para instaurar una atmósfera, que se sustenta en el diseño de iluminación, la selección musical, el vestuario, algunos recursos escénicos (niebla, lluvia de hojas)… pero que tiene como base la dinámica del movimiento.

Los bailarines son excelentes, siguen sin fisuras una pauta fluida, que aquí y allá fractura sin traumas la uniformidad de la línea.

 

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Sobresalió la pieza Faune, una reescritura de la famosa La siesta de un fauno, que aquí deviene discurso sobre las marcas de identidad, la aprensión ante lo diferente.

En el programa del Ballet Hispánico destacó sobre todo El beso, pieza que con mucho humor explora el sinfín de implicaciones del mero acto de besar, con un trasfondo musical muy sugerente: temas de zarzuelas españolas.

Se trata entonces de asumir buena parte de ese abanico melodramático, tan afín a la sensibilidad de nuestros pueblos, para subvertirlo, dinamitarlo, reinterpretarlo en una sucesión casi frenética —pero equilibrada— de cuadros, que desemboca en una coda pirotécnica.

Fue interesante la manera que se quebró la gestualidad de cierta danza sentimental y apasionada, para minarla con elementos de absoluta actualidad.

En los programas combinados fueron muy aplaudidas las actuaciones del New York City Ballet (brillante Other Dances, de Jerome Robbins, muy bien interpretado por Ashley Bouder y Joaquín de Luz), el Ballet Estable del Teatro Colón (con un Tango de hermosa visualidad y dinámica siempre provocativa), y el Royal Ballet de Flanders (particularmente el pas de deux Love fear loss, de Ricardo Amarante, con imaginativas concatenaciones)…

 

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Claro, el peso mayor lo ha tenido, siempre lo tiene el elenco de nuestro Ballet Nacional. Y hay que reconocer el trabajo de ese equipo de bailarines, coreógrafos, profesores, técnicos… Sin ellos, sin su compromiso, no sería posible este Festival. Y en esta edición fueron protagonistas de momentos de gran arte, reconocidos por el público y la crítica.

Pero también nos parece oportuno señalar algunos problemas del cuerpo de baile y no pocos solistas, particularmente en las escenificaciones de los grandes clásicos.

Más allá del comprensible cansancio, es evidente cierto descuido en el trabajo del conjunto: poco sentido de la historia que se cuenta, ambigüedad estilística, suciedad en la línea danzada, falta de homogeneidad…

Pudo apreciarse en La Bella Durmiente, y sobre todo, en El lago de los cisnes. (Aunque una representación de este último ballet fue uno de los grandes momentos del festival: Yolanda Correa y Joel Carreño se reencontraron con el público cubano en una función muy inspirada, en que ambos se mostraron en excelente forma).

Quizás, por contingencias, tuvieron que asumir bailarines muy jóvenes, sin el training necesario. Pero a todas luces hace falta un trabajo más integral y acucioso en los salones de ensayo.

Casi todos nuestros clásicos, por cierto, ameritan hace tiempo alguna revisión, actualizaciones necesarias. La danza es una de las artes más dinámicas, está en permanente renovación. Una cosa es preservar los estilos, las esencias… y otra es ignorar los avances de la técnica y la composición coreográfica.

Un ballet nunca será una pieza de museo.  

El festival también ha dejado clara la necesidad de convocar a nuevos coreógrafos, con propuestas renovadoras. El Ballet Nacional de Cuba ha desarrollado en los últimos años una labor en ese sentido, cuya mejor expresión son los talleres coreográficos.

Pero no basta, la principal compañía nacional tiene que ser escenario de confluencias, hasta de riesgos. Es lo que han hecho agrupaciones de ese tipo en otros países, sin descuidar, claro, la gran tradición clásica, que será siempre el puntal.

Muy acertada la decisión de homenajear a William Shakespeare por el aniversario 450 de su nacimiento. Son muchos los aportes del célebre dramaturgo inglés a la danza, aunque fueran indirectos. ´

Pero este es el año del centenario del principal maestro cubano de ballet, de uno de los fundadores de la compañía y de este festival, artífice indiscutible de nuestra metodología de la enseñanza del ballet clásico. El Festival le dedicó una serie de clases magistrales, pero no fue suficiente. Sin Fernando Alonso, la historia del ballet en Cuba sería completamente distinta. El Festival debió haber rendido un homenaje más decidido a este inmenso creador.

El Festival Internacional de Ballet de La Habana se consolida como la más importante cita de la danza en Cuba y en la región. El reto es seguir siendo un referente. La próxima cita será en octubre de 2016.

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