Colchoneros: Sueños reciclados

Colchoneros: Sueños reciclados
Fecha de publicación: 
16 Septiembre 2014
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“Con sábanas qué bueno, sin sábanas da igual”, aseguraba Benedetti; pero sin colchón… ya no da tan igual. De ello dan fe los reparadores de colchones -cuyos pregones colorean amaneceres habaneros-  y también el testimonio de Carelia y Kendry.

Llevaban postergando el asunto un par de años, pero cuando los hincones en el costado y el dolor de espaldas al levantarse se hicieron intolerables, decidieron que este verano sí, durante las vacaciones, sería “la cosa”.

El monto de los ahorros del matrimonio - él, dedicado a la labor intelectual; ella, trabajadora de un servicio estatal-  no requería de calculadora para comprender que al restarle el costo del arreglo del colchón, la cuenta daría raspando. Y si no les alcanzaba para comprarlo en el mercado industrial, ni pensar en asomar la nariz por la “shopin”. Pero, por fin, dormirían como angelitos en su colchón reparado.

Y cuando el pregón  desgarró  el primer amanecer de julio anunciando “Cooolchonero, arreglo colchones en la casaaa”, a la pareja le bastó una mirada cómplice para salir disparada al balcón y avisarle al hombre.

Descolchonamiento

colchon cubaDestripamiento, descolchonamiento, guata volando, polvo flotando, hierba seca desparramada, jabitas de nylon, alambres saltando  sin aviso, muelles oxidados, encabritados, y  más polvo, mucho polvo. Lo que tanto ansiaban se trastocó de pronto en un cataclismo de  tres días.

Maldurmiendo sobre el piso y  acompañados por una perpetua nube de polvo que les hacía estornudar, sofocarse, negándose a partir a pesar de los baldeos, plumerazos y trapos mojados, el matrimonio fue testigo de cómo su colchón del primer amor, 15 años atrás,  sucumbió en una agonía de la que parecía insalvable, para luego empezar a rearmarse lenta, muy lentamente, desde un  costillar de muelles recompuestos y relleno nuevo.

Con su casita patas arriba, sin apenas poder cocinar porque en cualquier parte, incluyendo el fondo de los calderos,  podían encontrarse motas de guata o briznas de hierba, la pareja tuvo oportunidad de evocar no solo su primera noche juntos, sino hasta de fantasear con sus antepasados.

Porque en el colchón de marras también habían dormido sus abuelos, quienes, al permutar, se los habían legado junto con todos sus sueños y pesadillas,  sudores de pasión, de fiebres y calores tropicales.  Aquella herencia liberada de muelles y alambrones por el colchonero parecía quedar también flotando en las habitaciones y casi podían entrever la imagen de la voluminosa abuela vagando en roponcito de dormir por la sala.

Tampoco faltaron los instantes de sobresalto y esperanza. Cuando el reparador empezaba a desarmar el artefacto, encontró un sobre a flor de guata, cuidadosamente depositado entre las blanduras.

“¡Kendry, mira esto, corre!”, llamó Carelia  entre el desconcierto y la euforia. El corazón le latía desbocado imaginando un montoncito deslumbrante de prendas que les rescatarían de la quiebra en que ya se adentraban “por culpa del sala’o colchón”.

colchones1Con la entereza del macho, decidido siempre a ser el primero en enfrentarse a lo desconocido, y sin pasaje, Kendry hundió la mano en el intrigante y descolorido cartucho. Aunque no lo había dejado traslucir, él también de pronto se había llenado de esperanzas y loquísimas imágenes: una brigada arreglando la azotea que se filtraba, los dos entrando triunfantes a un hotel de Varadero, el ronroneo de una lavadora recién estrenada.

Entre sus dedos,  una montaña de papeles, también desdibujados por el tiempo, atesoraban las más sabrosas recetas de la abuela, apuntadas con su esmerada caligrafía Palmer: boniatillo con coco, yemitas dobles, flan de calabaza…

Una ovejita, dos ovejitas

Carelia y Kendry ya duermen en colchón casi-nuevo y aquellos días de pesadilla pasaron a engrosar su arsenal de cuentos a compartir con los amigos. Para ellos y sus interlocutores, el episodio es sencillamente uno más dentro de la cotidianidad del cubano; pero allende nuestras fronteras sería muy difícil toparse con escenas similares a las aquí descritas. En algunos casos porque simplemente duermen bajo los puentes, en los parques; en otros, porque cuando se les comienza a estropear el colchón, lo tiran y mandan traer otro. Pero en esta isla,  entre risas y angustias, con una capacidad de resistencia a prueba de huracanes,  muchos Carelias y Kendrys,  a veces sin darse cuenta de la singularidad de su vivir,  andan reciclando sus sueños, confiados en las noches que vendrán.

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