Crónica para un cumpleaños

Crónica para un cumpleaños
Fecha de publicación: 
12 Febrero 2014
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Kcho está cumpliendo un año más, no escribiré el número aunque es fácil de averiguar tratándose de una figura pública como él y, por demás, tampoco creo que le importe decirlo, pues cada uno de sus días los vive con tal intensidad que los años vienen a ser batallas ganadas, presente proyectado al futuro, tiempo bello y útil, siempre útil, obras de arte…

Pero igual no me importa la cifra, el hecho es que no voy a esperar por el Premio Nacional o por una ancianidad que no parece tener apuro en llegar hasta él o, en el peor de los casos, por un obituario que no tendré deseos de escribir, hoy, en su cumpleaños, haré la crónica de homenaje y felicitación que, así lo siento, le debo a Alexis Leyva Machado, Kcho.

Lo conocí en Santiago, muy brevemente, celebrábamos el 55 aniversario del Moncada y conversamos lo necesario para que le dijera a nuestra cámara por qué compartir su arte en aquel contexto y la palabra, a veces escurridiza para quienes no quieren comprometerse, pero siempre en la punta de su lengua: Revolución.

Claro, de allí salí con una tarjeta de presentación, archipiélago dibujado al dorso y la promesa de una entrevista más extensa. En aquella primera entrevista confirmé varias intuiciones: que su constante no es la emigración, sino la insularidad; que Lam es su maestro, Fidel Castro su mayor ejemplo y el pueblo de Cuba su acreedor espiritual y material.

No pasa mucho tiempo sin que uno tenga noticias de Kcho y poco después fui testigo de esta gratitud puesta en hechos y no en palabras a través del trabajo de la Brigada Martha Machado que creó para compartir la recuperación de nuestro pueblo tras el paso devastador de tres huracanes. Los días de la Brigada fueron hasta hoy una escuela de valores y sentimientos para mí, una inyección de patria que sí, efectivamente, es humanidad.

Siempre recordaré aquella noche en Gibara cuando nos comentaba sobre una niñita de la isla de la Juventud que padecía una enfermedad crónica y a la cual había estado apoyando de muchas maneras el grupo de artistas que conformaba la Brigada, me pareció tan bello el gesto, me deslumbró de un modo la pasión con que me lo contaban que dije algo sobre convertirla en noticia…

La respuesta fue inmediata y contundente: “pues no vas, te quedas en la Habana”, e inmediatamente me argumentó que si quería un buen reportaje lo hiciera sobre el esfuerzo de la Revolución cubana por atender y ofrecerle salud y educación gratuita a niños con discapacidades, con toda clase de padecimientos físicos y psicológicos, para los que existen en Cuba programas extraordinarios que no dejan a ninguno desamparado.

Me sentí la peor de las periodistas sensacionalistas burguesas en ese instante, tuve vergüenza de mi impulso egoísta y lloré, pero enseguida entendí que acababa de recibir una lección de ética para no olvidar jamás, una lección que se completó cuando no me quedé en La Habana, sino que viajé con todo el grupo a la Isla y visité a aquella familia que necesitaba de todo: arte, risas, abrazos, compañía, algunos medicamentos que el maldito bloqueo les ponía difícil, de todo menos ser tratados como rarezas, aunque fuera, aparentemente, por su bien.

Quién es este hombre que se propone constantemente nuevas metas, que despierta amores y desamores, que nunca se cansa, que empata locura con locura y resultan las más atinadas obras de arte, este tipo que construye y crea con las mismas manos, que expone en Paris, en Nueva York, en Tokio, pero primero en su terruño…

Un cubano como los demás, me dijo hace años, que no quiere que la vida pase en vano y vaya si se ocupa de conseguirlo, de la Isla a Romerillo, de Romerillo a cualquier sitio de Cuba ha dejado una huella este mulato con raíces tan profundas que los años no sirven más que para vivirlos y los febreros para festejarlos, siempre para festejarlos, nunca para envejecer.

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Felicidades !!!!

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