La CELAC, Cuba, y el dilema de Obama

La CELAC, Cuba, y el dilema de Obama
Fecha de publicación: 
21 Enero 2014
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El presidente colombiano Juan Manuel Santos dijo “no hay Declaración Final, porque no hay consenso” y esas palabras resonaron lapidarias, como si se grabaran en el mármol las primeras letras de un epitafio. Era el domingo 15 de abril de 2012 y se efectuaba la ceremonia conclusiva de la VI Cumbre de las Américas, en Cartagena de Indias.

A todas luces, se había producido una rebelión en pleno de la América Latina y el Caribe al no aceptar el veto de Estados Unidos y Canadá a los párrafos del proyecto de Declaración Final que reclamaban el cese del bloqueo contra Cuba y a su exclusión de los eventos hemisféricos.

Para muchos este fue el principio del fin de estas cumbres hemisféricas lideradas por Estados Unidos que comenzaron en Miami en 1994 con la función expresa de integrar de un solo golpe y en breve a todos los Estados desde Canadá hasta Argentina, con la excepción de Cuba, en el Área de Libre Comercio de Las Américas (ALCA).

Era, nada más y nada menos, que el propósito de la hegemonía absoluta: extender el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre los Estados Unidos, Canadá y México (TLCAN) hacia el resto de los países de América Latina y el Caribe.

Por cierto, en estos días se han cumplido dos décadas de la firma del TLCAN y se han publicado centenares de textos que explican el vía crucis vivido por el país azteca después que sus gobernantes aceptaron sin medida la hegemonía neoliberal ejercida por dos países del capitalismo central.

El economista Alejandro Nadal resume la situación del siguiente modo: “El neoliberalismo mexicano tiene tres pilares: el TLCAN, la política monetaria (y financiera) y la política fiscal. Esa mezcla explica que hoy tengamos 55 millones de mexicanos sumergidos en la pobreza. Y no es exagerado decir que con el TLCAN México se convirtió en un protectorado de Estados Unidos. Su política económica, energética y de relaciones exteriores se define en Washington.”

El plan de extender a toda la región la experiencia del TLCAN, presentada como un ejemplo a imitar, no pudo ser impuesto gracias a las protestas populares y la acción decidida de una nueva generación de líderes latinoamericanos y caribeños que no solo rechazaban la propuesta del gobierno norteamericano, sino que maduraban ya lo principios de una integración antihegemónica, idea que se convertiría después en la CELAC.

Al fin y al cabo, el proyecto del ALCA, tal como se había concebido originalmente no pudo concretarse.

Pero el proyecto del ALCA no era en realidad un cadáver, era un sueño imperial embalsamado. El Tío Sam mantiene hasta nuestros días la intención inicial apelando a otras tácticas.

La Cumbre de Las Américas de Mar del Plata (2005), escuchó la voz del regente norteño para entonar el repliegue. A partir de ese momento el plan recolonizador se encaminaría a negociaciones diferenciadas en pos de lograr tratados regionales, como el conseguido con la Comunidad de Estados centroamericanos y República Dominicana, o por medio de tratados bilaterales de Estados Unidos con otros países, como por ejemplo, con Colombia y Perú.

Diferentes analistas, utilizando la prensa alternativa, han denunciado en los últimos años que propuestas tales como la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), el Plan Puebla Panamá, el llamado Plan Colombia dentro del Proyecto Mesoamérica, la Iniciativa Mérida (o Plan México), la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IRSA), son elementos destinados a articular el marco de la integración hegemónica.

Más recientemente, Estados Unidos ha venido auspiciando entre telones la Alianza del Pacífico compuesta hasta el momento por Colombia, Chile, México y Perú y tiene como observadores a varios países de Latinoamérica: Guatemala, Honduras, El Salvador, República Dominicana, Paraguay, Costa Rica y Panamá. Estos dos últimos han solicitado ya su aceptación como miembros plenos.

La condición de observadores la tienen también Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Japón y Portugal, entre otros.

Mirando este panorama muy complejo y muy relacionado tanto con la CELAC como con las tribunas hemisféricas que organiza Estados Unidos cada tres años, se llega a pensar que a la Casa Blanca no le convendría para nada la extinción prematura de la Cumbre de las Américas.

Sin embargo, es posible que en la próxima Cumbre, programada para Panamá en el año 2015 se repita la falta de consenso para alcanzar una Declaración Final y con ello cesaría virtualmente su existencia.

Para que ello no ocurrierra tendría que debilitarse suficientemente el consenso latinoamericano y caribeño que hoy está reclamando la participación de Cuba en esos eventos hemisféricos y el cese del bloqueo contra la Isla. Pero no hay ninguna evidencia de que un cambio así pudiera producirse en el seno de la CELAC en los próximos años.

Dentro de esa realidad le tocaría a Estados Unidos reconsiderar si a estas alturas debe mantener la norma de excluir a Cuba de la Cumbre de las Américas, algo que niega el carácter hemisférico del cónclave y que mucho más contradice principios básicos de la CELAC con sus 33 países alineados, tales como el derecho soberano de nuestros pueblos para escoger su forma de organización política y económica, el respeto a la no injerencia en los asuntos internos de cada país y el rechazo a medidas unilaterales contrarias al derecho internacional.

Ese es el dilema de Obama: o flexibiliza la posición anacrónica de excluir a Cuba del evento hemisférico, o en el 2015 se acabará de escribir el epitafio de las Cumbres de las Américas.

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