Votación en ONU: ¡Ganamos! Allá y aquí…

Somos un país bloqueado, la sentencia la escuchamos los cubanos una y otra vez, en todos los tonos, con la mayor solemnidad, con tristeza y hasta para chiste la hemos tomado, una manía de los que habitamos esta isla que a quien nos conoce no le sorprende para nada: reírnos de nuestros propios problemas, convertir lo difícil en sarcasmo para seguir ahí, «en la luchita».

Cada año, creo que desde que tengo uso de razón, más o menos por esta fecha, van nuestros representantes ante la Asamblea General de la ONU y llevan un informe irrefutable sobre esta certeza con la que hemos crecido la mayoría de los cubanos, y sobre la cual hemos aprendido a «inventar», «resolver», «luchar».

Ayer, la noticia sobre la votación no fue tan noticia, más de lo mismo; solo los propios Estados Unidos, con su satélite artificial e inseparable Israel y un par de infelices más que apenas tienen lugar en el mapa, insisten en negar lo innegable: Cuba es un país bloqueado, cruel y sostenidamente bloqueado por el imperio más poderoso del mundo.

Sin embargo, no es eso de lo que quiero hablar, sino de lo que hacíamos los cubanos un martes cualquiera de noviembre: algunos estaban allí, en la ONU, denunciando las injusticias y cosechando la solidaridad que hemos sembrado todos; la mayoría del resto, aquí, en la ínsula, pendientes de la victoria segura.

A pesar del bloqueo, mis vecinitos anudaron este martes sus pañoletas y se fueron a la escuela que no les cuesta nada, mi sobrinita abrazó a su «seño» preferida del círculo infantil y allí pasó el día, como siempre, porque su mami es médico y tiene que llegar temprano al consultorio donde no cobra nada por atender a todo el barrio.

Supe que una amiga dio a luz a su segundo hijo, en una maternidad gratis y con riesgo casi cero, pues ya había tenido su seguimiento genético, obstétrico, las vacunas, las vitaminas y el ácido fólico que, según decía mi abuela, es por lo que «los vejigos de ahora nacen sabiendo».

Mi hijo tuvo su habitual encuentro del programa «Educa a tu hijo», donde la familia aprende cómo desarrollar las habilidades específicas en cada etapa de los primeros años de vida y mi hija, además, tuvo sus ensayos del proyecto comunitario donde baila, canta y es feliz.

Acabo de entrar a Face y supe por mi amiga Rouslyn que una buena cantidad de cubanos este martes de noviembre disfrutaban del Festival de Teatro de La Habana, que hacía una cola inmensa, hasta con lista de fallos, para disfrutar de una obra de El Público. La verdad, mal gusto no tienen esas personas.

¡Ah! Mí misma, falta decir lo que hice yo este martes: a la parte que me toca en las actividades de mis niños, súmenle atender a un músico y abogado norteamericano que si le dan un dedo, se hace cubano, y me llamó para pedirme orientación, pues quiere contribuir a la liberación de Los Cinco, pues «como exfiscal y como ser humano entiende que es mucha injusticia» (otra Made in US Government).

Entonces, me digo, estos gringos obstinados que dirigen ese país no quieren dejar de bloquearnos, insisten en tapar con un dedo el sol que ya ven hasta sus propios coterráneos, pero nosotros, aquí estamos, aquí seguimos, sacándole el zumo a la vida, innovando, creando, trabajando, luchando, mi socio, haciendo de todo menos rendirnos, porque la alegría, la solidaridad y el optimismo, las convicciones, Míster Imperio y compañía, las convicciones no se pueden bloquear.

Este martes de octubre ganamos en la ONU, y lo disfrutamos como cuando ganamos en la pelota, pero no será una fecha aislada en el calendario. El próximo año habrá otro día de noviembre, o de octubre, y volveremos a la ONU con nuestras verdades del tamaño de un templo, y mientras y después, antes y durante, todo el tiempo, viviremos con ellas y creceremos, cada vez más, también con ellas.