NOVELA POR ENTREGAS: Muerte en La Habana (V)

NOVELA POR ENTREGAS: Muerte en La Habana (V)
Fecha de publicación: 
25 Octubre 2013
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ATENCIÓN AL HÉROE Y LOGÍSTICA

Dentro de el baño se encontró con una señora flaca, muy flaca, vestida con algo que hace mucho tiempo fue un pulóver y que ahora parecía más bien una sobrecama verde con mangas y cuello que se estiraba hasta los pies dejando entrever una lycra naranja. Mismel la escaneó desde la cabeza teñida de rubio hasta las chancletas metedeos. Trató de buscar con la vista algún espejo, pero el baño estaba desierto, no había lavamanos ni tazas, solo estaba aquella mujer. Se dispuso a salir entonces.

–¿Desea algo, jovencito? –lo detuvo la dama.

–¿Sabe dónde está el baño?

–Son 20 centavos –le respondió.

Mismel pensó que, como aquel lugar no tenía nada de cotidiano, en cuanto le pagara a la conserje, las tazas, los lavamanos y los espejos iban a salir de las paredes. Así que registró su mochila a fondo hasta dar con una peseta.

–¿Qué servicio necesitas? –le preguntó la empleada.

–Yo quería verme en un espejo –murmuró.

Entonces, la señora comenzó a abrirse la boca más y más con las manos y luego la empujó hacia abajo con un pie hasta que llegó al piso. Su lengua empezó a tomar un color plateado hasta convertirse en un enorme espejo.

El espectáculo asustó un poco a Mismel. Se preguntaba qué habría sucedido si le hubiera mencionado a la señora otro tipo de necesidades, pero en cuanto sus ojos se tropezaron con la figura en el espejo, su mente no tuvo espacio para más.

Dentro había un hombre hecho de papel maché. Parecía una de esas esculturas que manchan las galerías. Una escultura hecha con periódicos, con titulares, fotos, noticias. Hasta podía leerse una que decía: “Desconocido por los aborí-(…)  hábito de lavarse las manos(…) medios para evitar enferme-(…) así como una vía sana de in-(…) nos aclara el doctor Francis-(…) Gutiérrez, especialista en der-(…) del hospital Calixto García (…)”.

–¡Voy a acabar con todo esto de una vez! –gritó frente a la conserje, que tomó con la mano uno de sus ojos y le apuntó para verlo mejor. Mismel dio media vuelta y se fue.  “En la bendita puerta 416 me van a tener que aclarar unas cuantas cosas”, pensó.

Se había prometido no sorprenderse con nada más y salir lo antes posible de ese lugar, así que (casi) no le chocó ver una tacita de café de esas que aparecen en los parques de diversiones y dan vueltas hasta que la gente vomita… y trató de no inmutarse cuando la tacita rosada se ofreció para subirlo hasta el cuarto piso al precio de una peseta. Como no había escaleras, le enseñó sus 20 centavos (nunca se los dio a la señora del espejo), se encaramó en ella como si estuviera en el parque Lenin y subió dando vueltas como un trompo. Mareado y todo como estaba, echó a correr con el menudo en la mano por si acaso lo necesitaba más adelante. La tacita rosa comenzó a gritarle malas palabras y a pedir ayuda, pero nadie apareció para socorrerla.

Llegó sin más contratiempos a la puerta 416, tocó, esperó dos segundos, y entró. Dentro había un elefante embutido en un buró a escala humana. El elefante tenía los ojos rojos y unos colmillos enormes, bastante impresionantes, que apuntaban a Mismel. Estaba hablando por teléfono, pero le señaló una butaca. Mismel se sentó repitiéndose una y otra vez que estaba dispuesto a TODO. Pero desde aquella pequeña butaca que lo obligaba a poner la cabeza entre los dos colmillos TODO se veía un poco diferente.

–Mismel González– le dijo el elefante en cuanto colgó el teléfono con una voz de lobo que ponía los pelos de punta. El pichón de periodista no pronunció un fonema siquiera–. ¿Te arrepentiste de concursar? Eso no debe ser.

–A mí nadie me habló de ningún concurso– se atrevió a responder Mismel.

–Pero tenemos tu carta de solicitud –continuó el elefante con una voz pastosa, pero que hacía temblar las paredes… y con ellas a Mismel.

–Yo no la escribí –murmuró.

El elefante puso mala cara, pero cuando le iba a responder sonó de nuevo el teléfono. Levantó el auricular y gritó:

–¡Subdirección de atención al héroe y logística!

Pero al parecer la persona que estaba del otro lado traía buenas noticias, porque el hombre paquidermo sonrió y comenzó una conversación extensa y susurrante mientras hojeaba una enorme libreta. En la oficina hacía un calor insoportable y Mismel era más sudor que cuerpo. A esas alturas estaba preguntándose por qué carambas se le había ocurrido ir a buscar a Yandi a ese lugar.

Después de una hora casi en la que solo lo retuvo el miedo a recibir un colmillazo si se paraba, el elefante le extendió la libreta y señaló con el dedo una línea. Decía:

Misdel González Pérez. Solicitud 27 de septiembre de 2013. Aprobada.

Entonces, respiró con tranquilidad. Habían confundido la D de ese nombre por la M del suyo, ¡no era él! Y así se lo dijo al elefante burócrata en cuanto colgó. ¡Qué felicidad escuchar cómo admitía que todo había sido un error, cómo le pedía disculpas! Lo único que quería era terminar con todo aquello, así que muy a su pesar, tuvo que interrumpir al burócrata aquel que ahora parecía más bien una hormiguita.

–Entonces, necesito, primero, que me dé una autorización para liberar a mi amigo; y bueno, que me saque de la competencia.

Pero el funcionario le dio una respuesta para él inconcebible, incluso tuvo que escucharla varias veces para poder comprenderla.

CONTINUARÁ

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