NOVELA POR ENTREGAS: Muerte en La Habana (IV)

NOVELA POR ENTREGAS: Muerte en La Habana (IV)
Fecha de publicación: 
11 Octubre 2013
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UN TÍPICO CASO DE INSUBORDINACIÓN

 

Mismel decidió hacer lo mismo. Saltó del muro del Malecón hacia la costa y se acercó a la orilla. “¡A que esto no le pasó a Elena Poniatowska!”, murmuró furioso. Iba a levantar el mar como aquella camarera, pero una parejita se sentó justo en el pedazo de muro frente a él. Parecían demasiado ocupados con ellos mismos para fijarse en otra cosa, aunque Mismel estaba convencido de que el besuqueo era solo una coartada para espiarlo. “Están esperando que meta los dedos en el agua para llamar una ambulancia”, pensaba y se ponía rojo.

Pero no tardó en llegar su salvación. Una mujer gruesa se plantó frente a la pareja y les cortó el entusiasmo. Inspirada en cierta estrategia de marqueting cubano, invitó al muchacho a que comprara para su novia unas flores plásticas envueltas en vidrio de probeta. Y por más que la muchacha, y luego él, le dijeron que no estaban interesados, que no, que no y ¡que no!; la vendedora ambulante, que se tomaba muy en serio su trabajo, insistió, insistió e ¡insistió!

Todo aquello le dio tiempo a Mismel para meter las manos en el agua y comprobar que no se mojaba; e incluso buscar alguna explicación natural para todo aquello (pero como la física del pre lo golpeó bastante, desistió pronto). Tocó una ola con el índice y se dio cuenta de que era como de nylon. Entonces, después de un poco de reflexión y después de ver que la parejita por fin iba a comprar la flor, levantó el mar como cualquier judío en tiempos de Moisés y se lanzó dentro.

Lanzarse no fue una buena idea porque debajo del mar había una escalera de piedra, y tuvo la oportunidad de medir la resistencia del material con su propia cabeza, escalón a escalón. Al final había una cola inmensa, como de panadería.

–¡El último! –gritó alguien un momento después. El tipo se parecía a uno de esos carros que toman forma humana, pero en versión antigua, muy antigua, era un Chevrolet hecho persona que usaba camisa roja sin mangas con una Giraldilla pintada detrás y una promoción del ron Habana Club delante. Le respondió una muñeca Lilí mulata, de pelo plástico, vestida con un overol de los 80.

–¿Para qué es esta cola? –le preguntó Mismel al Chevrolet.

–Aquí te dirán qué oficina te toca… me imagino.

Mismel se llenó de paciencia y decidió ver a dónde lo llevaba todo aquello. Pidió el último, hizo su cola y por fin se sentó frente al buró de una trigueña sin desperfectos y bastante atractiva para la situación. Ella le extendió su mano, y él se la cogió. La trigueña, que no le había prestado mucha atención a nadie hasta el momento, le clavó sus ojos negros y recogió su mano de golpe.

–Pon aquí sobre la mesa tus papeles –exigió.

–¿El carnet de identidad?

–¿Qué te trae por aquí? –le preguntó con tedio.

–Es que secuestraron a un amigo mío.

–Ah, bien– dijo mientras abría una gaveta–. Tienes que llenar entonces la planilla de solicitud 65-a.

Puso la planilla sobre la mesa y se quedó observándolo con aire de estar perdiendo la paciencia.

–¿Dónde está la autorización?

–¿Cómo!

–A ver, mi amor –dijo poniendo los ojos en blanco–. Lo tuyo es un típico caso de insubordinación, ¿sabes? –hizo una pausa y como vio que todo aquello para Mismel parecía estar en chino siguió–. Tú tenías que presentarte aquí, y como no lo hiciste, tomaron algo que valoras mucho.

–¿Y quién dijo que yo valoro tanto a Yandi? –le discutió Mismel poniendo la voz gruesa.

La secretaria pasó la mano por el aire como si quisiera borrar a Mismel de la silla:

–Ahora, mi cielo –continuó más lentamente–, como yo me imagino que esta es tu primera vez aquí, lo único que me hace falta es tu cartica, ¿sabes?: un mensajito que te dejaron en casa.

Mismel le entregó citación con cierta vergüenza. La muchacha la revisó al detalle.

–Muy bien, muy bien. Mira, toma esta planillita, llénala con esta pluma y vete para allá –le señaló unos asientos–. Cuando termines, me devuelves la pluma y te vas para la oficina 416. ¿Ok? Piso cuatro, número 16. Ahí te van a dar el permiso para sacar a tu amigo.

Con el poco orgullo que le quedaba, Mismel llenó la planilla. Le preguntaban su nombre, el de sus padres y todos sus familiares, dirección, teléfono… cosas así, y no tan así, como si comía pizza en el restaurante Vita Nuova o en el Cinecitá, si prefería las películas del Yara o del cine Chaplin y si pensaba entrar en la Alianza Francesa antes o después de terminar la universidad.

–Para ser de periódicos estás bastante desinformado —bromeó ella al recibir la pluma, pero al darse cuenta de que Mismel no la entendía volvió a dejar en blanco los ojos y le señaló la puerta de un baño.

–Mírate en el espejo.

El pobre Mismel entró temblando. Ya se imaginaba con qué se iba a encontrar en el espejo cuando se asomara…

CONTINUARÁ...

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