Cuba: El arte de conversar

Cuba: El arte de conversar
Fecha de publicación: 
6 Octubre 2013
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En un artículo reciente abordé someramente la diferencia entre Cuba, la Isla y Cuba, la Patria, afianzando la idea elemental de que aquella tenía miles de años mientras que esta apenas contaba los dos siglos. Pues nuestra Historia revela que en el nacimiento de Cuba, la Patria, tuvo un papel definitorio y definitivo la conversación; el arte de conversar, que puede contener también una discusión, un debate o solo un intercambio de ideas.

 

En las tertulias que se generaban entre los círculos de intelectuales y artistas cubanos de finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, surgieron las ideas que, nutridas o sugeridas por otras venidas de diferentes partes del mundo, dieron origen al sentimiento de otredad que afirmó la diferencia entre el carácter de Cuba y el de España, es decir, entre la Patria propia y la “Madre Patria”. Por lo tanto, cuando hablamos de Patria cubana podemos decir como dice la Biblia que “En el principio fue el verbo.”

 

Al calor de los debates donde se discutían y analizaban las ideas más diversas fue naciendo en el espíritu de los contertulios la claridad de que Cuba era patria en sí misma por su carácter, por su realidad, por su sabroso ajiaco cultural. Por eso Martí, el 16 de junio de 1890 en su discurso en el Club Los Independientes en Nueva York, al recordarles a los veteranos militares de las guerras anteriores el papel que en el devenir histórico de la Patria habían tenido los hombres de pensamiento expresó: ”Bien puede ser, porque hubo cosas acá y allá que lo justificarían, que los militares gloriosos de ayer, que han de tener siempre cubierto libre en nuestra mesa y asiento privilegiado en nuestro hogar, miren con recelo, y acaso con desdén, a los que no han tenido aún ocasión de ser militares como ellos; sin pensar que ellos no lo fueron antes de que la gente de lengua y de pluma, con sus fatigas de años, con sus destierros, con sus discursos, con sus prisiones, con sus sacrificios en los cadalsos, crearon el anhelo de independencia y el espíritu de heroísmo que dio luego a los militares ejércitos para sus batallas.”

 

De manera que en el intercambio constante de opiniones, ya fuera en forma de conversación o de polémica, como ocurrió con la famosa Polémica Filosófica Cubana acontecida en torno a métodos pedagógicos y en la que intervinieron entre otros, el padre Félix Varela y Don José de la Luz y Caballero, o las de asunto más directamente políticos y económicos protagonizadas por José Antonio Saco, se fueron perfilando los rumbos por los que habrían de converger al cabo los diversos temas que despertaban la preocupación de quienes veían más allá de los intereses personales y pensaban ya en la patria cubana.

 

En los tiempos que corren esa conversación sabrosa e instructiva, en la que todos los que participan suelen aprender entre sí, mayoritariamente ha ido degenerando en chisme. Resulta imprescindible rescatar el buen hábito de conversar, incluso de discutir puntos de vista con argumentos sólidos y no con sofismas ni con exabruptos autoritarios esgrimidos desde una posición de poder sea esta en el plano del conocimiento o de la estructura social.  Las personas y las autoridades en cualquier plano siempre deberán ser respetadas, pero las ideas pueden ser discutibles.

 

Muchas veces por falta de costumbre pasamos del intercambio al debate, la discusión y de ahí a la cólera que casi siempre conduce a la agresión verbal o física. Sin embargo, de nuestros abuelos aprendimos un refrán que dice que “la gente hablando se entiende”, como manifestación de confianza en que el sentido común frene los instintos agresivos de nuestra naturaleza biológica. A conversar se aprende conversando, debe ser un ejercicio cotidiano.

 

La conversación entrena el pensamiento, enriquece y mejora el lenguaje, modela nuestro carácter y nos ayuda a controlar las emociones. El buen conversador es aquel que sabe, a la vez que expresar con claridad y fluidez sus ideas, escuchar con atención y paciencia las ideas expresadas por los demás y aceptar o combatir los argumentos contrarios sin atacar a la persona que los expone. Escuchar, rara cualidad en los que tienen el don de la palabra, es sin embargo, una de las vías principales por donde podemos nutrir nuestro intelecto e incrementar nuestro acervo cultural. Los años, la experiencia acumulada,  ayudan a mejorar esta capacidad.

 

Cierto anciano amigo me confesó una vez que entre las cosas que le gustaría hacer si tuviera la oportunidad de vivir otra vez estaba escuchar más, porque su a veces excesiva locuacidad le impidió aprender muchas cosas de personas con las que intercambió y que constituían verdaderos maestros en los temas de los que trataban.

 

En tiempos de Internet y de las redes sociales, la conversación online puede servir para aumentar nuestros conocimientos sobre diversas culturas, conocer nuevos amigos, etc., pero siempre que podamos debemos procurar asistir o provocar esos espacios de intercambio presencial en los que nuestra naturaleza humana en tanto ser social se concreta. Nunca tendrá el mismo significado intercambiar fríos textos aún cuando usemos emoticonos, que hablar mirando a los ojos del interlocutor, evaluar sus reacciones voluntarias o no, escuchar el tono de su voz y el énfasis de sus palabras.

 

De manera que si a la Cuba de hoy la hemos ido perfilando durante los últimos dos siglos a través de la palabra, será a través de la palabra múltiple, respetuosa y firme de cada uno de sus mejores hijos como iremos conformando en el presente convulso en que vivimos la patria del futuro. 

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