NOVELA POR ENTREGAS: Muerte en La Habana (III)

NOVELA POR ENTREGAS: Muerte en La Habana (III)
Fecha de publicación: 
20 Septiembre 2013
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UNA PLAZA EN MAZORRA

Después de que desapareció Yandi, la calle San Lázaro comenzó a llenarse de gente. De los edificios salía una multitud, las madres apuraban las cuadras con los niños de la mano. En las paradas de guagua se armó la cola rápidamente. Los vendedores se asomaron a los establecimientos con indiferencia y mal humor. En fin, todo normal. Todo y todos excepto Mismel, que se sentía los guayabitos revolviéndose en su azotea.

Ya no estaba tan seguro de que Yandi iba a su lado minutos atrás, así que decidió, otra vez, olvidar lo sucedido, irse para la facultad, hacer su seminario de Radio y luego, pedir como es debido un turno con el psiquiatra para poner en manos de la ciencia sus últimos días.

Pero en el aula no estaba Yandi, algo raro, pues por muy irresponsable que era no iba a faltar a un seminario. Mismel, no obstante, expuso lo suyo, esperó a que el profesor les diera la nota, se tomó un tiempo en el receso para escuchar las felicitaciones de sus compañeros, y después de todo esto, comenzó a preocuparse. “Mejor me doy una vuelta por el dichoso mojón 67, por si acaso”, se dijo, y por primera vez en sus dos años de Periodismo faltó a un turno.

Como los mojones del Malecón no tienen números, tuvo que irse hasta el Puerto de la Bahía y contar desde el primero. Caminó, caminó y caminó sin más novedades hasta llegar.

(Bueno, novedades sí que hubo, porque cuando pasaba por el hospital Ameijeiras, esperó que un viejito vendedor de periódicos bajara por todo San Rafael hasta tenerlo bien cerca, le arrebató uno  y se echó a correr mientras una señora con paraguas y espejuelos le gritaba con voz de mezzosoprano afónica “¡Ataja, ataja!”. Tres cuadras después se detuvo, arrancó un titular que decía: “Llega tren con delegados a La Habana” y otro: “Cae bolsa en Chikirristán”, se lo guardó en el bolsillo, botó el resto, y siguió como si nada).

“… mojón 66… ¡mojón 67!... ¿Entonces?”, dijo Mismel entre dientes. Comprobó bien si era el número correcto de la citación… Sí, era el número. Pero el mojón 67 se veía como un mojón cualquiera, ni más interesante ni más ordinario que el del lado. Tampoco el mar era muy distinto, ni la costa. “Me acabo de ganar una plaza en el psiquiátrico de Mazorra”, murmuró Mismel y se sentó en el muro para pensárselo todo mejor. Estuvo un rato así hasta que alguien lo saludó. Mismel respondió sin prestar mucha atención, pero en cuanto ese Alguien se encaramó en el muro y saltó a la costa, se fijó mejor. ¡Y no era un Alguien normal!

Era una camarera bastante extraña. No es raro encontrarse con semejantes plataformas de goma en una cafetería, tampoco es como para sorprenderse de que las camareras tengan el pelo revuelto e incluso algunas pasitas fugadas de la hebilla. Pero es que esta camarera tenía pies de pan con perro (con mostaza y cátchup), la melena untada con croqueta de pescado y en vez de zapatos, dos bolsitas de refresco Coral amarradas con papel a los panes con perro. Y además le había dicho “¿Qué tal?”… y además, había bajado como si nada a la costa.

Mismel, que ya se creía loco, la miró sin mucho disimulo, fijamente. Ella encantada le devolvió una sonrisa, cogió la orilla del mar con espuma y todo, la levantó como si fuera una alfombra y desapareció.

CONTINUARÁ

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