Alicia Alonso: “Aún acaricio las zapatillas de puntas”

Alicia Alonso: “Aún acaricio las zapatillas de puntas”
Fecha de publicación: 
7 Septiembre 2013
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Leyenda viva de la danza, Alicia Alonso (La Habana, 1920) aterriza nuevamente en España para una gira del Ballet Nacional de Cuba que arranca el viernes en Barcelona y que llevará, pocos días después, a Madrid una de sus piezas más históricas y menos representadas en España, Coppélia. La bailarina, invidente desde hace años, apela al conocimiento, la intuición y la fantasía para explicar su inalterable papel al frente de la institución cultural. Sigue componiendo coreografías: las dicta. La última, anuncia, está dedicada a su compatriota la cantante Esther Borja: “Se titula En la luz de tus cancionesy celebra su 100 cumpleaños”.

Es inevitable un eufemismo a la hora de preguntarle a Alonso por su salud. ¿De verdad le apetecía esta gira? ¿No está ya muy cansada? Como era de esperar, la simple duda ofende. “Yo soy la directora, la responsable. Para lo bueno y para lo malo”, zanja.

Acompañada de Pedro Simón, su atento esposo, director del Museo Nacional de la Danza, Alonso celebrará en España, en noviembre, el 70º aniversario de su Giselle, estrenada en Nueva York en 1943. La historia, ya legendaria, roza el folletín: la primera bailarina del Metropolitan Opera House enfermó y Alonso la sustituyó. La joven cubana aprovechó su oportunidad y Antón Dolin, su pareja en aquella Giselle, enloqueció con su nueva partenaire. Había nacido, no hace falta decirlo, una estrella.

“Yo hacía maldades en el escenario, cosas imprevistas. Cuando bailaba era algo que me encantaba”, explica al referirse al humor que según ella esconde, por ejemplo, Coppélia, coreografía que hoy mantiene las esencias clásicas que ella aprendió de sus maestros rusos. “Si mis bailarinas hacen maldades yo las regaño, porque hay que tener mucha disciplina y jamás perder el estilo. Pero a mí me costaba mucho tomarme todo en serio y siempre, siempre, me divertía por dentro”.

Es recomendable no perder de vista ese sentido del humor al contemplar a Alicia Alonso. Arreglada y maquillada como una gloria del pasado pero capaz de darle sentido con sus movimientos gatunos a la dispar colección de anillos que adornan sus enormes y elegantes manos. Delicada pero temible, Alonso juega con su personaje y con su ceguera con tanta coquetería que cuesta imaginar lo que debía de ser esta mujer en plenas facultades físicas.

Muy joven, los médicos le advirtieron que tenía que elegir entre el ballet y sus ojos. Y ella escogió. “Yo ya no bailo físicamente en escena pero sigo bailando en mi cabeza. Todavía acaricio las zapatillas de punta. Me las pongo, para susto de todos, y las acaricio...”, asegura abriendo y cerrando los dedos como un abanico que apunta a sus pies.

Curiosamente esta historia de amor loco nació en el sur de España, en Jerez, durante un viaje con sus padres, cuando tenía 9 años. Volver a Andalucía, como pretende en esta nueva gira del Ballet Nacional de Cuba, es para ella un sueño. “Lo primero que aprendí fue la danza española. Castañuelas y sevillanas. Precioso, pero no para mí. El ballet me ha tenido demasiado ocupada toda mi vida”.

Disciplina militar (le venía de sangre) y una ambición sin caretas: Alonso se jacta de haber desterrado el prejuicio de que los “latinos” son solo buenos bailarines de folclore: “Yo le he sacado el complejo a Latinoamérica”.

Sobre el secreto de su innegable fortaleza quizá basta un consejo final, dedicado a los quienes no aprecian las propiedades de la cultura: “Una lástima, porque el ser humano la necesita para vivir y para soñar. El ser humano se alimenta de fantasía: ballet, música, pintura... no hay mejor estímulo para la vida. Ese es mi modo de ver y sentir”.

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