Una estatua peculiar

Una estatua peculiar
Fecha de publicación: 
29 Julio 2013
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Los madrileños –y los numerosos turistas– que pasean por el parque del Retiro lo conocen bien: Lucifer, el ángel caído, lleva casi 130 años “petrificado” sobre la fuente de la glorieta que lleva su nombre, retorciéndose como si se negara a aceptar su derrota tras ser expulsado de los cielos.

Desde su inauguración en 1885 la espectacular escultura de bronce, obra del artista madrileño Ricardo Bellver, ha atrapado la imaginación de quienes han tenido ocasión de contemplarla, hasta el punto de que se ha generado en torno a ella todo un halo de leyenda sobre un supuesto significado oculto.

Basta echar un vistazo por la red para descubrir distintas fuentes que se refieren a la estatua como el único monumento de todo el mundo dedicado a Lucifer, o aluden a pretendidas “claves” satánicas asegurando que la obra de Bellver está situada a 666 metros de altitud, por lo que sería una obra creada para honrar al Maligno.

Como suele suceder a menudo, la realidad es mucho más prosaica. Para conocer el origen de la llamativa obra hay que remontarse a 1877, año en el que Ricardo Bellver se encontraba disfrutando de una beca en la Academia Española de Bellas Artes de Roma.

Según explicó el propio artista en uno de sus escritos, en aquellas fechas le rondaba la idea de crear un gran grupo escultórico que representase a los “ángeles rebeldes”, pero la dificultad técnica que entrañaba su ejecución y el poco tiempo del que disponía le obligaron a limitarse a la representación de “Luzbel, el ángel malo”.

Bellver comenzó a esculpir en yeso un primer boceto de su Lucifer, pero tras un viaje a Florencia para conocer mejor la obra de Miguel Ángel, sus planes iniciales cambiaron por completo:

“Cuando volví a Roma –cuenta Bellver–, llevaba en el cerebro incrustada la grandiosidad de sus figuras, no superadas por nadie. Llegué al estudio, alcé el paño que cubría mi labor… y el más tremendo de los desencantos me clavó en el suelo: ¡qué frío encontré mi trabajo!”.

El escultor intentó rectificar su trabajo, pero todas las modificaciones resultaban insuficientes, así que tomó una determinación drástica: “En un momento de ira derribe el boceto, que se hizo añicos, dejando limpio el caballete, donde coloqué el nuevo bloque sobre el cual debía dar vida a mi idea”.

Aunque el plazo de su beca concluía en poco tiempo, y debía presentar su trabajo, Bellver esculpió febrilmente, llevado por las inspiración de la que se había contagiado tras viajar a Florencia y contemplar las obras maestras de Buonarroti. Fruto de aquel trabajo apasionado nació el modelo en yeso de ‘El ángel caído’.

La estatua fue tan bien recibida que a su regreso a España la obra recibió varios premios, entre ellos la Medalla de Primera Clase de la Exposición Nacional de Bellas Artes, y acabó siendo comprada por el Estado. La escultura de Bellver despertó tal entusiasmo que se tomó la decisión de enviarla a la Exposición Universal de París del año 1878, por lo que tuvo que ser fundida en bronce, ya que no se admitían piezas en yeso.

Al año siguiente se sugirió su colocación en un emplazamiento al aire libre, y se encargó al arquitecto Francisco Jareño la creación de un pedestal sobre el que colocar la obra, inaugurándose oficialmente todo el conjunto en 1885. Desde aquel año, la escultura de Bellver se ha mantenido en su ubicación actual.

No hay, por tanto, ningún significado “oculto” en torno a la obra, ni tampoco una intención de adorar al diablo. El tema del ángel caído fue muy popular en el siglo XIX, en especial entre los artistas y escritores vinculados al Romanticismo, que evocaron a menudo los versos de Milton y su ‘Paraíso perdido’.

De hecho, cuando la obra de Bellver se presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1878, el catálogo de la misma incluía varios versos del poeta inglés acompañando a la estatua.

Por otra parte, tampoco es cierto que la estatua del escultor madrileño sea la única en el mundo con Lucifer –o sus variadas encarnaciones, Satán, etc.– como único protagonista.

Más de medio siglo antes de que Bellver tallara su Lucifer, en 1833, un escultor francés, Jean-Jacques Feuchère, había hecho lo propio al representar al señor del Infierno en una pequeña estatua en bronce que gozó de gran éxito.

A diferencia de la obra de Bellver, que muestra a un Lucifer de aspecto humano en el momento de ser arrojado a la Tierra, Feuchère representó a Satán con un aspecto más “diabólico”, con alas similares a las de un murciélago –ya no es un ángel–, y sentado mientras medita con aire melancólico.

La obra de Feuchére se encuentra hoy entre los fondos del Museo del Louvre, aunque existen otras versiones de mayor tamaño, como la que se expone actualmente en el Museo de arte del condado de Los Ángeles.

Otro ejemplo singular de estatua con Lucifer como protagonista lo encontramos en Bélgica, concretamente en el interior de la catedral de San Pablo de Lieja, en cuyo púlpito se encuentra una llamativa representación del "ángel caído".

El origen de esta escultura –bautizada como ‘El genio del mal’– se remonta al año 1837, año en el que los responsables de la catedral encargaron al escultor Guillaume Geefs la creación de un púlpito que representase el tema del triunfo de la religión sobre el mal.

Mientras se encargaba de la parte principal de la obra, Geefs dejó en manos de su hermano Joseph, también escultor, la elaboración de una figura en mármol de Lucifer. El artista concluyó su trabajo en 1842, y al año siguiente la obra estaba ya en la catedral. Sin embargo, la estatua, que representaba a un Lucifer joven y bello, casi desnudo por completo, no tardó en convertirse en un incómodo escándalo.

Los responsables de la catedral consideraban que aquella imagen excesivamente sensual del Maligno resultaba “demasiado sublime”, por lo que podía distraer a las jóvenes feligresas durante la celebración de la eucaristía. Para acallar la polémica, el obispo de Lieja ordenó la retirada de la escultura y encargó otra a Guillaume.

La segunda escultura, aunque con una composición similar, resultó mucho más adecuada para la sensibilidad del clero y los sectores más conservadores de la ciudad, pues paradójicamente, la primera estatua –hoy expuesta en los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica– ha terminado por convertirse en una obra admirada y venerada por satanistas y luciferinos de todo el mundo pues, no en vano, de algún modo esta estatua de Lucifer fue “excomulgada” y repudiada por la propia Iglesia.

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