Entrevista: A Pánfilo no hay tema duro o difícil que se le resista

Entrevista: A Pánfilo no hay tema duro o difícil que se le resista
Fecha de publicación: 
28 Mayo 2013
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Quienes me conocen saben que soy perseverante. Pero en el caso de Luis Silva, desistí de realizarle una entrevista luego de una buena cantidad de correos enviados. Entonces preparaba mi libro Protagonistas de amores contrariados, con realizadores y artistas en general de la televisión. Por supuesto que “olvidarme” de la entrevista no significó ni por asomo que dejara de disfrutar de su Pánfilo o de su animación en el programa Lucas.

La intervención de Silva en un foro del ciberespacio acerca de mi comentario sobre Vivir  del cuento, me posibilitó recordarle aquel cuestionario enviado hace cerca de tres años. Me dijo que se lo volviera a mandar porque se le habían borrado muchos mensajes, y lo hice sin muchas esperanzas.

Pero hoy cuando abrí la máquina y vi sus respuestas repetí para mí una frase cliché: “la vida sabe lo que hace”. Quizás cuando lo intenté la vez pasada ni Silva ni yo estábamos preparados totalmente para desmenuzar a Pánfilo ni a Luis. Hoy, este profesor universitario, amante de la Matemática, es el actor cómico más popular en Cuba, sin que su decir —incisivo con problemas muy serios de la sociedad— haga la más mínima concesión a la chabacanería.

luis-silva-2—¿Es cierto que los matemáticos y cibernéticos son personas lógicas por esencia? ¿Por qué?

—Sí, es muy cierto. Raro sería que no lo fuéramos. La Matemática lleva un alto contenido de lógica. Y la computación sin ella no pudiera existir. Si a eso le sumas que cuando estudias en una facultad como la de Matemática y Computación de la Universidad de La Habana, el genial claustro te enseña a deducir, a analizar, a pensar, a aplicar la lógica, y no a aprender algoritmos de memoria, te conviertes en una persona que para todo aplica la lógica. En mi caso, fue más allá. Me quedé en la Universidad impartiendo esa asignatura: Lógica Matemática. ¡Cómo me gusta! Disfrutaba cada turno de clases con mis alumnos.

—¿Por qué te decidiste por esas ciencias desde muy joven? ¿Alguna influencia familiar?

—Ni para las ciencias ni para el humor hubo influencia familiar. Mi papá: profesor de la Escuela de Automovilismo; mi mamá y mi abuela amas de casa, aunque trabajaban la costura. Y los demás miembros de la familia se dedicaban a otras tareas, pero nada con el arte ni las ciencias.

Sin embargo, desde muy niño me encantaron las Matemáticas. Tenía facilidad para ellas. Iba a muchos concursos, aunque los que ganaba eran de Español, porque también me defendía con la gramática y haciendo composiciones. Pero, de manera general, no me gustaban las asignaturas donde el contenido se aprendía de memoria o de forma mecanizada, grave error que se comete hoy en muchos centros escolares. Si me decías: esto es azul, pues yo quería saber por qué era azul y conocer los pasos que seguiste para llegar a saber que eso era azul.

Un día, estando en noveno grado, en la Secundaria Héroes de Yaguajay, de Poey, Arroyo Naranjo, llegaron unas computadoras, muy primitivas, con unos televisores Caribe y un teclado inteligente (teclados que hacían función de procesador). A partir de ahí descubrí el mundo de programar softwares. Ahí decidí que esa era la carrera que quería estudiar: Ciencias de la Computación”.

—¿Cuánto hay de lógica en tu vida profesional?

—Mucho más de lo que yo me imaginé. Hasta para escribir un guión la lógica está presente. Los monólogos son una serie de chistes que tienen un orden lógico. Siempre me han dicho, y hasta yo mismo me creí, que lo que estudié (la computación) y el humor, nada tenían que ver. Pero gracias al fuerte entrenamiento de pensar, calcular y deducir que realizas en esa carrera, pues hacer humor se convierte en parte de tus teoremas Ves más allá del simple chiste. Ves su estructura, su esqueleto. Le buscas la “contrapelusa”…

—¿Desde cuándo escribes? ¿Cómo llegaste al “Monólogo del pan”?

—Escribo muy poco. Escribo mis monólogos, mis rutinas humorísticas para presentarme ante un público, mis momentos “serios-graciosos” para las galas de Lucas (siempre con la asesoría de Cruzata ). Pero no soy un escritor de hacer libros de humor, de escribir comedias enteras o hacer guiones para un programa determinado. Respeto mucho a quienes lo hacen.

Por ejemplo, el programa Vivir del cuento tiene sus escritores fijos, pero tanto Mayito (Chequera), como Andy (Facundo, Aguaje) y yo (no sé si saben que soy Pánfilo, ja ja), y hasta Nachi (el director), generamos muchos chistes y situaciones. Al final no son chistes que cuentan como escritos por uno ni llevamos el crédito de escritores, pero enriquecen cada capítulo del programa, que es lo que nos une a todos.

De todas formas he sido un hombre con suerte. Lo primero que escribí fue el ‘Monólogo del pan’ (año 2001). ¿Y quién me iba a decir que mi primera obra se iba a llevar cuatro premios en el Festival Aquelarre de ese año?.

—Te paraste frente al público siendo niño, no has estudiado actuación, ¿cómo rompiste el miedo a hacer el ridículo?

—Ese miedo nunca se rompe. En cada presentación, en cada escena que grabas, tienes ese miedo al ridículo. Ese temor a no quedar bien, a que te salgan mal las cosas, a que al espectador no le agrade algo que hagas. La primera vez que me paré ante un público era muy niño, estaba en el Círculo Infantil y me pusieron a bailar y cantar. Pero casi no lo recuerdo. Ya con doce años me puse a hacer imitaciones de profesores, delante de toda la escuela. Estaba muy nervioso, pero fue tanta la risa que dio, que eso me cautivó y me dio fuerzas para seguir probándome en el arte de hacer reír.

—El surgimiento de Pánfilo parece haber sido una necesidad, ¿cómo ha ido creciendo?

—Por aquellos tiempos yo sentía que no tenía imagen de humorista, que no tenía cara de cómico. No sé cómo es la imagen de un humorista, ni me lo preguntes, ja ja, pero sentía que mi cara, mi aspecto físico era el de un estudiante común y corriente, y no servía para dar gracia. Por eso quise inventar un personaje muy lejos de mí. Con mucha más edad, con un estilo propio al caminar, lleno de jorobas, canoso, con pelos en la cara, tenis rotos, pantalones encaramados hasta el ombligo. Así mismo hice. Y me salió bien. De hecho, lo reconozco, soy mucho más simpático y ocurrente cuando estoy encarnando a Pánfilo que como Luis Silva. Creo que la diferencia es abismal. Por supuesto, a partir de entonces el personaje comenzó a crecer, a adquirir cada vez más características de los ancianos. Me dediqué más a estudiarlos en las calles, en los estanquillos de periódicos, los bancos (¡cómo se llenan los bancos de viejitos!), la bodega, etc. La hoja de vida de Pánfilo no es la misma hoy que hace diez años. Su historia también ha crecido.

—¿Cuánto ha influido Vivir del cuento en el desarrollo de Pánfilo?

—Por supuesto que Vivir del cuento ha sido el terreno que le ha propiciado un gran desarrollo a este personaje. Del 2008 hasta hoy, ya son cinco años. Durante ese período Pánfilo se ha enriquecido (no financieramente). Las propias situaciones del programa, sus guiones, los enredos en los que se meten los personajes, pues han fortalecido a Pánfilo. Han surgido historias vividas, que aunque no se cuenten al espectador, Pánfilo las lleva dentro, y le brindan una psicología al personaje que lo hace tan real como indestructible a la hora de reaccionar o de improvisar en cualquier escena.

—¿Es Pánfilo totalmente libre al decir sus opiniones? ¿Cómo lo logras?

—Totalmente libre. Pánfilo ha dado su opinión sobre temas tan sencillos como de otros tan candentes. No hay tema duro o difícil que se le resista a Pánfilo. Y esto no es solo un logro mío, sino de todo el colectivo del programa. Cada mensaje que va a transmitir Pánfilo se estudia mucho, se analiza, se divide en sílabas si hace falta. Se le busca las posibles interpretaciones que pueda tener. Si puede provocar o no algún malentendido.

Para eso utilizamos herramientas inherentes al humor, como el doble sentido, el cambio brusco de ritmo, la sutileza, la sorpresa, las transiciones cortadas y sobre todo un fuerte uso de la lengua española y su tan rica gramática. Hemos sido capaces de ‘jugar con candela’, de tocar temas impensables en un programa humorístico de la Televisión Cubana. Hemos hecho chistes con las antenas (todo el mundo sabe cuáles antenas), con las escaseces, con el éxodo al extranjero, etc. Pero todo de una manera fina, bien hilvanada. Yo diría que dibujada a mano.

—Junto al humorista ha ido creciendo el conductor, ¿sueñas con hacer algo especial en esta compleja rama televisiva?

—Efectivamente, me encanta la conducción. Trato de hacerlo de la manera más natural posible. Sé acomodarme a la ficha técnica de cada programa. Si me piden solemne, pues solemne. Si me piden una conducción informal, pues informal. Por ejemplo, la conducción de Lucas la catalogo como seria, con pinceladas (más bien brochazos) de humor, sutilezas y desenfado. Me encanta llevar el hilo de las galas de los Premios Lucas, porque son muy variadas, tienes muchas temáticas que tocar y están siempre abarrotadas de un público que espera el más mínimo chistecito en mis palabras.

Hay muchos conductores jóvenes y buenos, pero todavía la televisión necesita que algunos rompan el ‘encartonamiento’, la falta de ritmo y naturalidad. Eso te aleja del espectador. Desearía hacer un programa de entrevistas, música, humor, bromas, etc. La Televisión Cubana ya me lo ha propuesto, pero ahora mismo no puedo. Sería desvestir un santo para vestir a otro. Por ahora no debo abandonar las dos cosas que estoy haciendo: Vivir del cuento y Lucas.

—¿Qué ha significado la televisión en tu vida?

—La televisión ha sido lo más grande para mí. Yo pasaba por delante del ICRT, miraba hacia adentro y me decía: “Si algún día yo pudiera hacer algún programa allá adentro”. Y se me dio. Y he tenido la oportunidad de pasar por varios programas: musicales, carteleras, infantiles, humorísticos, etc.

—Tu humor camina por lo respetuoso y huye de la chabacanería, ¿te resulta fácil hacer cabaret? ¿Por qué?

—El cabaret tiene otros códigos diferentes al teatro y la televisión. Pero no es un monstruo al que hay que tenerle miedo. Lo que no se puede es subestimar al que está sentado allí. El público se educa. Y aunque tenga sus traguitos de más, hay que respetarlo, porque te sabe valorar. Quizás tengas que modificar algo de tu discurso (más elaborado para el teatro). Pero mi humor jamás ha dependido de las malas palabras ni de la burla a los presentes (aunque hay momentos donde una “buena” mala palabra es lo que va). Pero lograr risas a partir del uso indiscriminado de ellas es un total facilismo y, más allá del facilismo, es falta de preparación del artista, es poca cultura, escasez de herramientas para obtener hilaridad.

Lo otro es tener sentido común y estudiar rápidamente el público que tienes delante. Hay que saber que en un cabaret, a la una de la mañana, no te puedes poner a leer un poema humorístico que tú harías, con mucho éxito, en una peña de la facultad equis de la Universidad de La Habana. No podemos engañarnos. Personalmente, me siento cómodo haciendo el cabaret. No más que el teatro y la televisión, pero lo he estudiado y me he adaptado.

—El humor empezó para ti como un pasatiempo, ¿qué es hoy?

—Por mucho tiempo fue mi pasatiempo. Cuando era estudiante dejaba turnos de clases en la Universidad para ir a actuar en las peñas de otras facultades (Psicología, Derecho, Biología). Espero que mis exprofesores no lean esto, ja ja. Pero después del Festival Aquelarre del 2001, donde el “Monólogo del pan” se llevó varios premios, el humor dejó de ser pasatiempo y se fue convirtiendo en mi trabajo y mi vida diaria. Hoy me duele no ejercer la carrera que estudié. Me encanta la programación de software, las bases de datos, las Matemáticas… Pero no me daba el tiempo. La vida misma me obligó a escoger.

—¿Cómo lograbas que tus alumnos se olvidaran de Pánfilo y se adentraran en la Lógica Matemática?

—No sé si lo lograba. Lo que te puedo asegurar es que cuando entraba al aula, mis alumnos me caían a preguntas sobre la TV. Querían enterarse de cosas que no se ven, que ocurren detrás de las cámaras. Preguntarme por la vida personal de Fulanito, de Menganito. Pero enseguida empezábamos la clase. Me ponía a escribir tanto contenido en la pizarra, que si no me seguían con rapidez se quedaban atrás. La Lógica Matemática no era muy fácil para algunos. Cuando me metía en la clase, no había jaranita ni chistecitos. Creo que dejaba de ser humorista por una hora y media que duraban los turnos.

—¿Le has dicho un adiós definitivo a la docencia?

—Mmmmm (pensando). No. Jamás le diré adiós. Es solo un descanso. Hoy tengo muchas complicaciones, sobre todo por el tiempo que me roba Vivir del cuento. Pero de aquí a un tiempo quizás baje la carga de trabajo y si la facultad de Matemática y Computación me lo permite, pues vuelvo a dar mis clasecitas.

—¿Cuáles son los defectos del humor cubano hoy?

—No son muchos, pero los hay, es mi punto de vista. Respeto a todo el que se atreve a realizar esta tarea. Pienso que hay un poco de falta de dominio de la teoría de la comedia en algunos exponentes del género. También se confunde el concepto de humorista con el de persona simpática o graciosa. Y hay gente así, muy graciosa por naturaleza, pero se paran ante un público y muestran poca elaboración de sus textos, falta de preparación, poco dominio del lenguaje y hasta dicción pésima. Se trata de hacer reír, pero en serio.

Lo otro grave que afecta al humor cubano son dos o tres ‘personajes’ anónimos, léase productores o buscadores de trabajo, falsos directores artísticos (mi respeto para los que hacen esta labor como es) que solo piensan en el dinero, y en cualquier municipio de Cuba te buscan un cine o una tarima, y llevan a cualquier tipo de humorista (no importa cuán baja o alta sea su calidad y no importa si hacen humor grosero delante de niños). El objetivo es que se llene el lugar y ganar dinero.

—¿Y sus virtudes?

—El humor cubano de hoy tiene muchas virtudes. Pero la más importante es la de hacernos reír, no de nuestras propias dificultades, sino con nuestras propias dificultades. Es muy heterogéneo, atrevido, crítico, sugerente… El Centro Promotor del Humor ha sido capaz de reunir a muy buenos humoristas de todo el país y funciona como un filtro de lo bien hecho en este campo. Defiende el teatro, el humor inteligente, de pensamiento. Por suerte existen los Omar Franco, los Churrisco, Otto  Ortiz, Kike Quiñones, El Bacán de la Vida, Antolín, y muchos otros que son mis amigos, pero se hace muy grande la lista.

(Tomado de El Caimán Barbudo)

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Comentarios

pánfilo es en estos momentos el mejor humorista cubano .... su programa no pasa de moda xoxo

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