Malditas sean todas las fobias

Malditas sean todas las fobias
Fecha de publicación: 
17 Mayo 2013
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Tengo un amigo que es el orgullo de sus padres. Nació en un pueblo, cerca de un central, nació varón, inteligente, capaz, carismático, talentoso… fue a estudiar a la capital y pasó de ser el mejor estudiante a ser el mejor profesional, de esos que quieres tener al lado para que te sirvan de ejemplo, para aprender de ellos. Mi amigo es rubio, miope, tremendo fotógrafo, gay y feliz.

 

No anda gritándolo a los cuatro vientos, pero vive sin miedos ni vergüenza su sexualidad, sin trauma, con plenitud y normalidad absolutas. En casa nadie le pregunta, ni el hermano varón, ni el padre provinciano, ni la madre a la que posiblemente no le dará nietos, nadie cuestiona, simplemente lo aman y permanecen allí, esperando que el central muela y que mi amigo se tome unas vacaciones para abrazarlos.

 

En cambio, tengo otro amigo que nunca puede estar seguro de tener un hogar. La historia es parecida, este otro joven estudió en la mismísima Universidad de La Habana, es máster, domina varios idiomas, trabaja como investigador, va por la calle de pantalón y camisa, todo serio, con su masculina voz radial, sabe guardar secretos, arrancarte una sonrisa cuando más falta hace, es caballeroso como quedan pocos, galante y firme, pero su madre no le perdona que esté enamorado de otro hombre.

 

Ella vive en una ciudad de Cuba rodeada de mar, hecha para estar tranquilos, una ciudad callada, casi inmóvil como su mente, ella no lo acepta y él tiene que fingir o aguantar que lo insulten, tiene que renunciar a los abrazos o correr el riesgo de tener que salir a buscar dónde pasar la noche, porque cuando su madre recuerda que es gay lo echa de la casa ante el hermano impasible y el padrastro prejuicioso.

 

Sé de muchas personas, hombres y mujeres que viven, trabajan, sueñan, comparten, sufren, gozan, se alimentan, respiran, sienten y se enamoran o simplemente desean a otros de su propio sexo. Sé de algunos que se travisten en busca de su idea de sí mismo, para estar satisfechos cuando el espejo les devuelva lo que son.

 

Sé de mucha gente infeliz que se asusta, que se esconde, que huye de las verdades que lo definen para “quedar bien”, para “ser normal”, para estar acorde con lo que la sociedad y la familia espera de ellos.

 

Conozco madres que prefieren el silencio, como la de mi amigo, la aceptación tácita de las cosas, sin reproches, pero sin preguntas. Otras que deciden compartir cada milímetro de la vida de sus hijos e hijas, acompañarlos en todo y asumir su sexualidad, además de con normalidad, sin inhibiciones. Desafortunadamente, también conozco algunas que se los pierden, renuncian a la virtud de sus hijos, los alejan y en el peor de los casos los maltratan y los humillan porque escogieron una actitud diferente ante lo más íntimo e incuestionable de nuestras vidas: el amor.

 

Hay familias que escogen amar. Cuando todos lo hagamos, cuando la moral no sea un rejo de infelicidad y la ignorancia sea desalojada de nuestras familias. Cuando el mandamiento sea el respeto y el pecado la discriminación, cuando “lo bueno” y “lo malo” no lo dicte el machismo ancestral y la obcecación, sino el sentido común y el humanismo, entonces nos convertiremos en gente más plena, en familias más plenas, en sociedades más plenas donde sobrarán todas las fobias, incluida esta, maldita sea esta antigua fobia que le pone peros a mis amigos, maldita sea la homofobia.

 

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