Mirar en tercera dimensión

Un entretenimiento se ha hecho muy popular en los últimos meses, sobre todo en La Habana. Se trata de las proyecciones de cine en tercera dimensión.

A pesar de que la primera exhibición pública en Cuba se reconoce como una realizada en Camagüey, durante el pasado Taller de la Crítica Cinematográfica, han sido los cuentapropistas de la capital quienes mejor han desarrollado y expandido esta iniciativa.

En lo personal, fui par de veces a un cine 3D particular y la pasé tan bien que se me ocurrió escribir algo sobre eso. Y mientras más hablaba del asunto con mis amigos, aparecieron otras interrogantes.

Conversando con varios clientes asiduos de las salas 3D- algunos poco amantes de la pantalla grande y otros, cinéfilos empedernidos- me pareció entender que el auge que estos negocios privados han tenido tan rápidamente no tenían solo que ver con lo novedoso de la proyección. (Si bien la “novedad” es relativa, pues en Cuba hubo exhibiciones de este tipo desde hace décadas, y ahora la tecnología marca la diferencia.)

Las cuotas oscilan entre 1 y 3 cuc por persona, en dependencia de los valores agregados de cada lugar. La mayoría cobra la tarifa máxima e incluyen rositas de maíz y refresco, además de dar regalías a los menores: confituras, pegatinas… y aun cuando estos precios son casi 40 veces mayores al costo de una tanda en un cine del circuito estatal, es asombrosa la constancia de los clientes que colman las capacidades de estas salas, incluso en el horario de las 12 de la noche.

Ni qué hablar de los fines de semana, cuando hay que reservar con varios días de antelación si queremos clasificar.

Como sucede con todo lo “nuevo”, siempre alguien piensa que este es el fin de la versión anterior, como muchos creyeron que sucedería con internet y las bibliotecas, los correos electrónicos y las cartas en el buzón.

¿Ha dejado de interesar el cine a la gente? No lo creo, y de los cubanos, menos lo pienso, que siempre hemos estado tan liados a la pantalla grande. En todo caso habría que preguntarse si al público le gusta lo que se programa hoy; si se sienten a gusto en la sala oscura, porque hasta los más fieles del séptimo arte necesitamos de algo más, de ese ángel del que habló hace casi un siglo algún teórico del cine.

Muchas cosas inciden en que una proyección cinematográfica quede en la memoria de los espectadores. Los malos recuerdos de un cine que “estaba feo”, “los asientos eran incómodos”, o “no funcionaba el aire acondicionado y había olor a humedad” serán siempre experiencias negativas para cualquier tipo de auditorio.

Apuesto a que si le preguntamos a cualquier mujer, nos dirá que ha sido acosada por “desagradables visitantes masculinos” en algún cine. Creo que ya no existe uno en esta ciudad que pueda librarse de estos penosos incidentes. Y no es preciso que la película sea “caliente”, porque hasta con los filmes más metatrancosos- como los llaman algunos- sucede.

Hay cines en los que las tandas de sábado en la noche son imposibles debido a la indisciplina y el bullicio de la gente que, evidentemente, no está interesada en ver la película sino que pagan por entrar a perder el tiempo. Como cuesta tan barato, solo dos pesos cubanos… qué más da.

¡Atención! Nadie quiere que aumenten el precio; eso es lo mejor que tienen nuestros cines; están al alcance de todos,  pero sí debería implementarse alguna estrategia que obligue al público a comportarse y respetar el gusto de los que sí queremos ver la película.

Otro factor en contra del público es la pérdida de los cines de barrio. Para ver una película de estreno en La Habana hay que desplazarse casi siempre hasta el Vedado, aunque vivamos en el otro extremo de la ciudad.

Estos antiguos cines tenían la calidad de las grandes salas y eran parte del circuito del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Paulatinamente fueron perdiendo categoría y después de un tiempo, en que funcionaron como salas de video, hoy parecen lugares abandonados. Muchos han sido víctimas del vandalismo y han perdido incluso partes de sus fachadas.

Creo que algo que han recuperado los cines particulares es que están precisamente en los barrios, cerca de casa; uno puede acceder a ellos fácilmente, si tienes el dinero suficiente para gastar en 3D, claro.

Por otra parte, nos dan la posibilidad de escoger una película. Existe una programación diaria, pero como se trata de pequeños locales- algunos tienen salones VIP- es fácil llenar el lugar si nos ponemos de acuerdo entre amigos o con la familia, y hacemos nuestra elección.

Este ha sido un negocio que en poco tiempo ha proliferado y siguen en aumento los locales que se transforman en mágicas salas oscuras, en las que somos parte de una fantasía con los personajes que se escapan de la pantalla y vienen hacia nosotros que ya estamos metidos en escena.

La diferencia entre uno y otro cine 3D por cuenta propia está muchas veces en el tamaño del televisor, la marca de las gafas o el reproductor, las ofertas gastronómicas o la comodidad de los asientos. Algunos tienen lunetas como las del cine de antaño o comodísimos sofás, para sentirnos como en casa.

He escuchado hablar de algunos locales que no tienen nada que envidiar a los cines 3D de cualquier lugar del mundo.

La Oficina de Creación del ICAIC, donde radica la Muestra de Jóvenes Realizadores, ha aprovechado esta oleada y está organizando proyecciones en tercera dimensión, una vez por semana, para recaudar fondos. El costo es de 1 cuc y hay capacidad para más de 40 personas.

Los particulares del 3D tienen que esmerarse y ser competitivos. Cada vez estas salas serán más cuantiosas en la ciudad o en todo el país y la clave del éxito estará en la profesionalidad y la atención que reciban los clientes.

Esta competencia será favorable al consumidor, los dueños tratarán de mejorar las condiciones de sus salones y seguramente disminuirán los precios en algún momento. Ojalá y así sea.

Sería ideal que además de la perfección en la imagen y sonido, la espectacularidad de estas jornadas en la sala oscura supere el asombro por los efectos especiales. Creo que en este negocio los programadores o dueños de los cines tienen una función social y educativa mucho más importante de lo que han explotado hasta ahora, para que los espectadores se lleven a casa algo más.