José Alberto Figueroa: las buenas fotos no son una casualidad
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Quien tiene buen ojo y lleva su cámara a cuestas, sabe cómo y cuándo encontrar una imagen memorable. Así ha funcionado durante casi 50 años con el fotógrafo José Alberto Figueroa, uno de los grandes artistas del lente cubano, ineludibles a la hora de hablar de la fotografía contemporánea en la Isla.
Su vida como artista comenzó en el año 1964, cuando se hizo asistente de Korda, en su estudio fotográfico, aunque todavía él mismo no sabía que esa sería su vida y gran pasión.
«Yo tenía casi 18 años cuando empecé a trabajar con Alberto (Korda). En aquel momento yo no estudiaba ni trabajaba; mi familia estaba planificando irse de Cuba. Me enteré de que hacía falta un asistente y allí fui, di la talla y me quedé», comenta Figueroa.
«El mundo de la fotografía que me interesaba como tantas otras cosas, pero aún no pensaba dedicar mi vida a ella. Tuve mucho apoyo profesional y personal por parte de Alberto y Luis (el otro fotógrafo del estudio), y esa fue la base de una amistad que duró hasta la muerte de ellos».
«A finales del 68 el estudio fue intervenido con la ofensiva revolucionaria y el lugar se convirtió en un centro de servicios para pulquería, barbería, limpiabotas, etc. Cada uno de nosotros fue para un lugar diferente. Yo encontré trabajo en la revista Cuba».
—¿Qué lo empujó a decidirse por la fotografía como modo de vida?
—Habría que verlo dentro de un contexto, no hubo un momento en específico. Yo era alguien «no confiable», no me aceptaron en algunos lugares para trabajar porque mi familia tenía planes de emigrar. Políticamente yo no era bien visto y la fotografía me ayudó a lograr ciertas cosas.
Por otra parte, recibí el visto bueno de Korda, era bien aceptado, de hecho, al irme del estudio ya yo tenía la categoría de fotógrafo. Esta profesión me ha permitido llegar a lugares a los que, de otra forma, no hubiera podido acceder, como ir a bucear con Korda y hacer un catálogo de artesanía cubana desde sus fondos de coral, o hacer un trabajo de modas en la Ciénaga de Zapata…
Entre mi grupo de amigos yo era «el fotógrafo» y a muchos de ellos los retraté. De ahí viene mi serie de los años 60, de mi gente cercana, del día a día.
—Los 60 fueron años prodigiosos en el arte cubano, la fotografía no fue una excepción. ¿Cómo recuerda sus primeras fotos en esa época, qué cosas le inquietaban, qué le interesaba retratar entonces?
—Yo nací en La Habana, pero conocí muchos lugares de Cuba: Caibarién, Oriente… y creo que esto me dio una visión más amplia, o sea, que yo no era un muchacho de La Habana simplemente. Mis intereses eran de todo tipo, en esa época me interesaba mucho el cine, en realidad yo quería hacerme camarógrafo del Noticiero ICAIC.
—¿Y pudo?
—No del Noticiero. A causa de mi pedigrí no calificaba en el ICAIC, pero sí tuve la experiencia años después. Llegue a ser camarógrafo de cine. Estuve en la revista Cuba hasta el 76 y me fui a la Empresa de Cine Educativo (hoy CINED).
Hice algo suicida: dejé mi trabajo de foto reportero en la revista Cuba- que era bien reconocido porque es publicación reunió a grandes artistas- para ir a aprender con la cámara de cine, haciendo documentales de naturaleza y demás para las escuelas.
Logre hacer más de 30 documentales. Ya en los años 80 fue el advenimiento del video en Cuba, me metí en ese mundo y empecé a hacer audiovisuales por mi cuenta junto con un amigo, luego de que nos hicimos de un equipo que, en aquel entonces, eran unos aparatos grandes y pesados, y así filmamos en Angola.
Pero por diversas razones y, aprovechando la oportunidad de ser artista independiente de la UNEAC, retomé la fotografía. El mundo de la tecnología del video avanza muy rápido, llega un momento en que no se puede seguir el ritmo de las inversiones que hay que hacer.
—¿Estuvo en acción en Angola?
—En el tiempo en que estuve allí, en el sur, no tuve encuentros directos con la guerra, salvo alarmas aéreas, algunos tiros, escaramuzas, y fui parte de las columnas que llegaron para apoyar luego del sitio de Kangamba.
—¿Cuál sería para usted el interés en la fotografía de guerra?
—Siempre hay interés en este tipo de fotografía, en la que se resalta el heroísmo de los protagonistas sea cual sea su ideología, y creo que estas imágenes, de cierta forma, pudieran ayudar a evitar que esas escenas se repitan, aunque ya hay tantas guerras hoy día que se han vuelto algo cotidiano la tragedia.
De hecho, hay grupos de periodistas que se dedican exclusivamente a eso y son estrellas fotografiando ese desastre. Hay que hacerlo. Aquí en Cuba casi no se ha visto eso, a no ser las imágenes de siempre. Hay fotógrafos que tienen fotos muy humanas, no militares y no son exhibidas.
Cuando yo estuve en África me propuse que en mis imágenes no hubiera un interés militar sino sobre la vida de los civiles. De ahí salió una exposición que hicimos en la galería de 23 y 12, «La fuerte esperanza», sobre niños angolanos. Fue un mosaico que logré moviéndome por varios lugares de la región.
—En los años 60 y 70 en Cuba había importantes revistas en las que un fotógrafo podía hacerse de un nombre con grandes foto reportajes. En la actualidad, por una razón u otra, la calidad gráfica de los periódicos que llegan a los lectores cubanos no tiene que ver con la de antaño. En su opinión, ¿dónde un fotógrafo debutante puede mostrar su trabajo hoy día y cuáles son sus posibilidades para exhibir su obra?
—Desgraciadamente para los que empiezan no hay una publicación donde mostrar la obra. Hay revistas culturales que salen dos o tres veces al año y casi no circulan. La revista Cuba, que fue tan importante dejó de ser lo que era… en fin, que no hay muchas facilidades en este sentido para publicar a los nuevos talentos de la fotografía, pero es que de hecho los viejos también están en cola.
Pienso que los jóvenes deben intentar proponer su propia obra en galerías y conquistarlas para exposiciones colectivas. Ya no estamos en la época en que uno podía esperar en casa a que los galeristas nos propusieran un espacio.
La Bienal de La Habana ha hecho emerger a buenos artistas, pero se trata de un evento que sucede en la capital. Tengo entendido que en el resto del país hay muy buenos fotógrafos emergiendo.
Para promover la obra hoy hay que hacer gestiones personales, hacerse de un catálogo y esto lleva una gran inversión. La fotografía es un oficio caro.
¿Quién compra imágenes en la prensa cubana? Los periódicos tienen su staff. Se puede sacar partido trabajando desde el turismo o para publicidad y casi todos estos ya cuentan con un equipo. En la era digital cualquiera se cree fotógrafo y el que paga por una imagen cree que ha comprado lo mejor.
El fotógrafo en la prensa cubana no es muy reconocido, casi siempre está detrás del periodista. Esto fue algo con lo que rompió la revista Cuba, allí fotógrafo y reportero éramos lo mismo, acordábamos el trabajo juntos. También últimamente las imágenes periodísticas se han estandarizado a planos fijos: presidencia, público aplaudiendo y la bandera. O sea, que aunque hubiera interés el criterio editorial no estimula mucho.
En un tiempo Juventud Rebelde estuvo a la vanguardia, pero aquí no se hace exposiciones de fotografía de prensa cubana como sí sucede en otros países.
Recuerdo que en el año 84 fuimos sede del tercer Coloquio Latinoamericano de Fotografía, organizado por Casa de las Américas y México. Por un problema político se nos orientó que convocáramos trabajos de Prensa Latina y las fotos que llegaron eran para cumplir con la iniciativa, faltaba concepto, eso que le da a una foto de prensa la categoría de documento, como sabían lograrlo Liborio, Salas, Korda, Corrales…
—Mucha gente piensa que las grandes imágenes de la historia han sido hechas de forma imprevista y a veces se dice que la mejor foto es la que surge de forma espontánea, cuando no lo esperamos.
—Ese criterio ha sido superado. Si eres fotógrafo y andas con una cámara encima, lo que captes con el lente no es casualidad, se supone que sales con la cámara en función de algo, esperando encontrar una imagen que enriquezca un proyecto determinado. Por ejemplo, hasta hace un rato estaba yo en la calle Figueroa de la Víbora trabajando en algo que empecé hace años. Dentro de poco me iré a Los Ángeles, en Estados Unidos, allí también hay una calle llamada Figueroa y yo me llevo mi cámara para ver qué encuentro. Siempre algo me sorprenderá, pero voy a eso.
La evolución del lenguaje fotográfico obliga a saber escoger, no se trata de mostrar imágenes sueltas porque sí sin que haya una relación entre ellas. Si se trata de una exposición debe haber un antes y un después.
En los 80, en Cuba y en América Latina en general, se empezó a trabajar en el ensayo fotográfico, o sea, organizar varias imágenes que trasmitieran algo en común. De estas series no todas las imágenes son excelentes, pero forman una historia.
También he logrado conformar series con fotos que fui tomando de forma azarosa, por ejemplo así salió la serie de los niños, después que llevaba años retratándolos.
—¿Cómo y cuándo se sabe que se trata de una buena foto?
—Hay algo que se llama oficio. Uno sabe, sin falsa modestia, cuando hizo una buena foto. Claro, siempre les mostramos esas imágenes a los demás, la gente las valora más, menos o igual que nosotros, les descubren cosas y cuando muchos criterios favorables coinciden se supone que hemos logrado algo, pero siempre uno sabe y ve cosas en la imagen que vienen de nuestra subjetividad.
—¿En su mente, existe una o varias fotos con las que sueñe y que nunca haya visto? ¿Cómo serían?
—En mi mente quedó una imagen que nunca pude hacer, habría que reconstruirla. Fue en una guagua hace años, un señor que parecía tener un traje de mecánico y venía de trabajar, llevaba una flor roja en su mano. Ese contraste del hombre cansado de noche con esa flor me pareció muy interesante, pero yo no andaba con la cámara. Creo que si un día hago una película esa sería una escena que tendría que poner.
—¿Piensa hacer cine?
—No creo, no sé… eso es más complicado. La dirección no me llama mucho la atención.
—¿Y alguna imagen que le haya costado mucho trabajo lograr?
—Sí, claro, la de los bustos de Martí. Yo estaba haciendo un trabajo en una fábrica donde está hoy la tienda de Carlos III. Entre otras cosas, allí se producía bustos. Un día vi muchos bustos de Martí y quise fotografiar la escena, pero el administrador del lugar no me lo permitía y cuestionaba mi interés.
Yo seguí insistiendo y fui varias veces hasta un día en que él no estaba y pude hacer la foto. Desde que la vi sabía que era buena.
—¿Podría hablar de una imagen que resuma esa identidad que sobresale en sus fotos sobre La Habana o de Cuba?
—Esas ya son palabras mayores. Yo soy habanero, no porque nací aquí sino porque después de conocer muchos otros lugares, sé que esta es mi ciudad. Si hiciera una foto que identifique La Habana creo que tendría que ver con este espíritu de ciudad abierta que la ciudad trasmite con su gente que a veces hasta exige que la retraten, cosa que en otros países no sucede. Esa inocencia de los cubanos para salir en una fotografía se debe a que aquí no manipulamos la imagen. En otro lugar sería un problema. Aquí es espontáneo.
—¿Cree que existe un movimiento fotográfico cubano? ¿Se siente parte de él?
—Sí ha habido una fotografía cubana y creo que ahora hay una nueva generación. Tengo la impresión de que los jóvenes ven hoy en la fotografía algo más que una herramienta para otras artes y que para ellos es un medio independiente. Eso me da alegría porque quiere decir que hay gente dedicándose a la fotografía en serio y eso hace que los viejos nos pongamos las pilas y sigamos haciendo.
—Casa de las Américas acaba de inaugurar su Año Fotográfico y usted es parte de la exposición. ¿Qué importancia tiene eso para Figueroa?
—Casa tiene una colección excelente de fotos con artistas muy importantes y lo más interesante es que muchas son obras iniciales, de cuando esos artistas aún no eran famosos. Mostrar eso hoy como parte de los tesoros de la Casa es muy oportuno. Yo he tenido la suerte de estar ligado a esa institución desde que empecé mi vida como fotógrafo, de hecho llegué al estudio de Korda gracias a Casa de las Américas y ya voy a cumplir 50 años de trabajo.
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Ricardo Koon
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