CRÓNICA: Una copa por Stevenson

Cabría escribir en pasado y decir que este viernes hubiera cumplido 61 años, pero quienes sabemos de su grandeza preferimos evocarle en presente pese a la muerte lamentada hace poco más de nueve meses.

Quizás porque seguimos viéndole en los muchachos que se inspiraron en su gloria para regresar a Cuba al centro del podio del boxeo olímpico, o por la manera cotidiana en que su gente de pueblo le menciona como el ídolo que sigue siendo.

Tal vez por las muchas notas que llegaron desde todas partes del mundo ese fatídico día en que se detuvo el corazón que jamás flaqueó sobre los cuadriláteros, o por la modestia que nunca le apartó de sus raíces.

Todos habríamos querido oír su voz peculiar agradeciendo las felicitaciones, pero es fácil imaginarle sonriente en respuesta al amor que siempre generó, ese que signó con lágrimas humildes aquella tarde de tórrido sol en el cementerio de Colón.

Es cierto que ya no estará para recibir en directo el cariño sincero de quienes le supieron siempre fiel, indoblegable y sincero, pero queda ese legado agigantado por la permanencia de quienes nunca abandonan a los suyos.

Dediquemos entonces unos minutos para volver a verle tutearse con la gloria, pegar como pocos y ganar todo lo que estuvo a su alcance entre las cuerdas, incluidas tres coronas olímpicas y otras tantas mundiales.

Aplaudamos nuevamente su hegemonía en copas del orbe y certámenes panamericanos y centroamericanos, y hagamos otra reverencia a la trayectoria que apenas incluyó 20 reveses en más de 320 peleas.

Repasemos su actitud digna frente a los promotores, la pureza de su juego limpio y el mérito inmenso de equiparar genialidad atlética y una sencillez proverbial que le afianzó como un cubano de pura cepa.

Alcemos la copa para el brindis que merece, estrechemos la mano de acero que jamás negó a sus compatriotas y otra vez agradezcamos tener como compañero al gran Teófilo Stevenson.