ONU no tan unidas

ONU no tan unidas
Fecha de publicación: 
31 Marzo 2013
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Liando los bártulos para Jatibonico (ahora en la provincia cubana de Sancti Spíritus), escuché que mercenarios bien entrenados por Occidente penetraron por la frontera siria con Turquía y lanzaron un nuevo ataque con armas químicas, similar al efectuado el lunes 19 de marzo contra la ciudad de Alepo, con decenas de muertos y heridos civiles y previsibles y alarmantes consecuencias posteriores.                   

Comprobada la veracidad del criminal hecho, apenas se susurraron condenas en Naciones Unidas, donde en el Consejo de Seguridad se había levantado antes una gran alharaca, por supuestos preparativos de Bashar al Assad para utilizar dicho tipo de arma –prohibida por convenciones internacionales- contra miles de terroristas invasores, causantes de muerte y destrucción en Siria desde hace más de dos años.

Cierto que la ONU es un vehículo de reunión donde sus diversos organismos pueden constituir de ayuda, tanto para evitar una conflagración mundial, como en socorro de damnificados por desastres naturales y de conflictos bélicos, auspiciados o no por el Imperio. Pero hay mucha hojarasca acerca de los propósitos para los que fue creada, y es que desde entonces, en mayor o menor medida, ha sido manipulada por Estados Unidos, nación que ignora decisiones que surjan en su seno, como las repetidas y aplastantes condenas de la abrumadora mayoría de la comunidad internacional contra el bloqueo a Cuba, por citar uno de los casos más sonados.

El resultado insatisfactorio hay que buscarlo desde antes de su fundación y, hay que admitirlo, fue inspirado -tenía que parecer así- en sanos propósitos. En la primera mitad del siglo XX los dirigentes estadounidenses proyectaron por dos veces ambiciosas instituciones de seguridad colectiva para resolver los conflictos internacionales.                                             

Pero tan pronto como quedaron concluidos, ambos proyectos se vieron saboteados, o transformados, desde dentro del propio Estados Unidos. La propuesta del presidente Woodrow  Wilson de una Sociedad de Naciones se fue a pique por la oposición republicana en el Senado, y la idea que tenía Roosevelt de las Naciones Unidas fue abortada por el gobierno demócrata de su sucesor.                                                                                                                   

La Administración de Harry S. Truman –quien decidió injusta y unilateralmente lanzar bombas atómicas contra dos ciudades japonesas en 1945- planteó un marco político totalmente diferente para gestionar la política mundial en la década de 1950. Sin retirarse de la ONU ni desmantelarla, ya que la institución mundial y sus distintas agencias cumplían funciones demasiado útiles para que Estados Unidos optara por una decisión tan radical, quedó relegada a un papel secundario, como instrumento auxiliar de la diplomacia norteamericana.

El hecho de que los dirigentes estadounidenses hubieran dejado de lado, ya a finales de la década de 1940, el proyecto de Roosevelt para la ONU, no fue inmediatamente percibido. De hecho, esa mutación se completó con lo que fue un triunfo para Washington, que logró movilizarla en su propio beneficio: el respaldo a la intervención occidental en la de Corea. Pero para entonces había sido ya abandonada como vehículo de expresión del dominio global estadounidense, degradada y envuelta en un marco estratégico e institucional ajeno al designio inicial de Roosevelt.

Durante la década de 1960 Naciones Unidas era considerada en Washington como un instrumento no solo secundario, sino en cierta forma incómodo, desde el momento en que las antiguas colonias europeas y otros Estados se organizaron en el Movimiento de Países No Alineados y utilizaron la Asamblea General como plataforma para airear posiciones muy distintas a las del Departamento de Estado, lo cual demostró la soberbia de la Casa Blanca, al declarar que “las votaciones en Naciones Unidas significan menos que nada”.
                                                                                                                         
Si el gran triunfo de Austria en la posguerra ha sido convencer al mundo de que Hitler era alemán y Beethoven austriaco, los conservadores estadounidenses alcanzaron un éxito similar, persuadiendo a muchos de sus conciudadanos de que la ONU había sido el producto de una conspiración extranjera.                                                                                  

El historiador y ensayista norteamericano Peter Gowan apunta que el libro Act of Creation de Stephen Schlesinger recuerda con vívidos detalles que la ONU fue tan estadounidense en cuanto a su concepción y construcción como el propio San Francisco, donde fue fundada en el curso de una conferencia internacional entre el 25 de abril y el 25 de junio de 1945.

Mucho queda por hablar y contar de cómo ha sido empleado el organismo por Estados Unidos, mayormente en el Consejo de Seguridad, tanto para vetar decisiones que le eran inconvenientes, como para instrumentar otras de su agrado.

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