Tribulaciones de un «palestino» en La Habana

Tribulaciones de un «palestino» en La Habana
Fecha de publicación: 
25 Febrero 2013
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El primer día en La Habana es difícil. Cuando se ponen los pies por primera vez en una ciudad tan grande es fácil aturdirse con la multitud que camina agitada en todas las direcciones, con el ruido de los almendrones y el bullicio que lo llena todo. Después de este primer golpe de actividad, el reto es averiguar cuál ómnibus coger, en qué parada quedarse.

 

Y no es que en el «campo», como los capitalinos llaman a la región Oriental, no haya ciudades. Al contrario de lo que piensan muchos habaneros, de esos que se pavonean asegurando su nacimiento en La Habana y que, por demás, nunca han salido de ella; en el «interior» no todo es montañas.

 

Allá también hay ciudades bien estructuradas, con calles pavimentadas, carros, casas de majestuosa arquitectura. Su belleza no tiene nada que envidiarle a la capital, aunque, eso sí, la vida es un poco más tranquila y sosegada.

 

Ahí está el recién llegado, ya montado en el P-12 con destino a Habana Vieja, aunque no sabe el lugar exacto. Nervioso, analiza el rostro de las personas a su alrededor, buscando alguien que pueda ayudarle.

 

«Este acaba de bajarse del tren», lee el pensamiento en los ojos de un hombre. «Con esa cantidad de cajas, se nota que es palestino», casi le dice un muchacho. «Otro que viene a meterse en casa de alguien, la ciudad no aguanta más guajiros», indica la mirada acusadora de una señora.

 

En efecto, todo es verdad. El muchacho acaba de llegar de Santiago de Cuba, aunque en guagua; sí, lleva tres cajitas con mangos, zapotes y un poco de café; en una mano aprieta un papelito estrujado con la dirección de la tía que lo va a ayudar mientras estudia en la universidad; quién sabe, después de cinco años posiblemente se quede y traiga a la familia, una verdadera invasión.

 

Con el tiempo el mapa de La Habana cobrará sentido para él, descifrará también la compleja red de paradas del transporte público, quedará encantado con el Malecón y se integrará al hormiguero que anida en 23.

 

Pero a este joven todavía le esperan las correcciones de sus compañeros «no es zapote, es mamey», «no es marrón es carmelita»; las bromas sobre su «cantado», «Profe, pregúntale a Raúl, que es de Oriente y sabe de eso» y todas las ocurrencias que puedan pasar por la cabeza de un universitario.

 

Más adelante esos bromistas serán sus amigos y le dirán «Oye, cuándo nos llevas a Santiago»; la señora de la guagua, que resultó ser su vecina, le cogerá cariño porque es un buen muchacho, aunque continuará su cruzada contra los orientales invasores.

 

Los inmigrantes no son solo estudiantes. Algunos llegan a la capital con la misión de reforzar el cuerpo policial o para cubrir la falta de maestros, se enamoran y deciden quedarse; otros vienen con una buena oferta de trabajo que incluye casa y traen a toda la familia.

 

También hay quien permuta, vende, compra; se alquila; «resuelve» una dirección en La Habana para buscar trabajo y «ver que aparece»; incluso hay macaos que se establecen en casa de un familiar.

 

En todos los casos enfrentan los mismos dilemas que Raúl: abrirse camino en otra ciudad, mientras extrañan su hogar y su familia; conseguir vivienda; acostumbrarse al nuevo ritmo de vida y a la forma de ser del habanero. Entonces, ¿por qué no se quedaron en su provincia?, se pueden preguntar muchos.

 

«La Habana es Cuba y lo demás es área verde», reza el dicho popular. Ciertamente, y como sucede en muchos países del mundo, el nivel de desarrollo alcanzado por la capital supera considerablemente el de las restantes provincias.

 

El diapasón de razones para inmigrar a La Habana va desde mejores posibilidades de éxito y progreso laboral, mayor nivel de vida, más disponibilidad de los productos básicos y diversidad de precios; hasta la importante actividad cultural, el número de cines y teatros y las variadas ofertas recreativas.

 

Veamos a quienes desde otras provincias llegan a La Habana como personas con mucho potencial y no como «guajiros» que llegan sin nada que ofrecer. Recordemos que se trata de la capital de todos los cubanos.

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