Cuba: La llave del golfo entre guirnaldas

Cuba: La llave del golfo entre guirnaldas
Fecha de publicación: 
29 Diciembre 2012
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¿Quién dijo que los cubanos no celebramos el fin de año? No será como en otras latitudes, no abundarán turrones ni correrán a raudales la cidra y el champaña, tampoco las uvas y mucho menos las nueces o almendras, pero igual festejamos, porque nos lo merecemos.

 

Y en lugar del turrón, estarán los casquitos de guayaba o el flan; como centro de la cena, el consabido puerquito, quizás no completo, quizás ni siquiera un pernilito, pero estará; acompañado por el inseparable congrí, la yuca con mojo, la ensalada…

 

Es una tradición que nunca se ha borrado, ni siquiera en lo más duro del período especial. Con antelación al último día del año, los cubanos desandamos mercados, nos embarramos de tierra escogiendo la mejor yuca en las placitas, regateamos los hoy carísimos frijoles negros, y luchamos los tomates y la lechuga.

 

De seguro no es una excursión fácil la de nosotros para garantizar los abastecimientos de la celebración decembrina, pero igual le metemos con la manga al codo, contando y recontando pesos y centavos. Claro, a medida que las diferencias de ingresos se han ido haciendo más marcadas, también más heterogéneas se han vuelto las navidades y cenas.

 

Lo mismo puede encontrarse quien hasta los vegetales compra en un mercado refrigerado y “shopinesco”, que aquel que los recoge en la puntica de tierra que ha cultivado. Pero para todos, lo importante es la fiesta en familia, porque ese núcleo humano sigue ocupando el primer peldaño entre las prioridades de los habitantes de esta Isla.

 

Algo bien pintoresco y poco divulgado son algunas de las tradiciones que acompañan estas fiestas, a veces muy distintas en las zonas rurales y urbanas. En San Diego de los Baños, Pinar del Río, por solo citar una singularidad, los habitantes de esa zona occidental y de serranías acostumbran fabricar muñecos de tela, del tamaño de un humano y a veces más grandes, que ya a estas alturas del año se les suele ver sentados en los portales. Pero aunque constituyen, de hecho, una muestra del más genuino arte popular, tales muñecos no están solo en exhibición, aguardan resignados el último minuto del año para ser incinerados en medio de la calle y del jolgorio de los vecinos, que con esta acción simbolizan la quema del año viejo. Y así acontece desde hace décadas.

 

Hay cosas que sí han ido variando, por ejemplo, el asunto del arbolito de navidad. Desde hace un puñado de años, ha vuelto a posicionarse, silencioso e iluminado, en una buena parte de los hogares cubanos, y también en hoteles, comercios y otros espacios públicos. Más que una motivación religiosa, en la mayoría de los casos parece erigirse como motivo de alegría y decoración, para nada reñido con los festejos por un nuevo aniversario del triunfo de enero.

 

Y en el arbolito también se tira por la ventana la creatividad de los habitantes de esta geografía. Lo mismo puede encontrarse el clásico hecho de plástico, con las tradicionales guirnaldas y bolas; que una rama recogida quién sabe dónde y salpicada con motas de algodón –nieve tropical-, de la que cuelgan los más originales adornos, incluyendo el primer zapatico de la niña, marugas y hasta una tetera.

 

¿La tetera será porque el año que llega es un recién nacido? Lo que sí está acuñado es que los cubanos lo recibiremos en familia y con un optimismo de estreno porque también de estreno son muchos de los vestuarios que se pondrá el país para este 2013, que bien venido sea.

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