EN FOTOS: Y se quemó la tarasca

EN FOTOS: Y se quemó la tarasca
Fecha de publicación: 
16 Octubre 2012
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Entre las acciones más recordadas del IV Festival Leo Brouwer de Música de Cámara está el rescate de la añeja tradición de La Quema de la Tarasca, ceremonia popular que tenía lugar durante los carnavales de la antigua villa de San Cristóbal de La Habana en los siglos XVI y XVIII.
  
Verdadera fiesta de todos por aquel entonces, la ceremonia llegó a la Isla traída por los españoles y consistía en la quema de un muñeco con forma de dragón, inspirado en la mítica criatura vencida por la fe cristiana de Santa Marta en las afueras del poblado francés de Tarascón (de ahí el nombre).
  
Las actas capitulares de los cabildos de La Habana señalan que el ritual, efectuado durante casi 200 años, comenzó con tarascas fabricadas en España, que solo fueron sustituidas por las hechas en Cuba a medida que la colonia creció económicamente. 
  
Sería el monarca Carlos III quien prohibiría su realización al llegar a sus oídos los inconformes comentarios sobre el "aplatanamiento" de la ceremonia, por decirlo de alguna manera.
  
Resulta que los habaneros veían en la quema de la tarasca más motivos para el divertimento que para la cristiana devoción, motivo que atentaba de forma directa contra la arraigada fe católica existente en la metrópoli.
  
Dos siglos después y gracias a la iniciativa de Leo Brouwer y el festival que lleva su nombre, la tarasca vuelve a ser vista en la parte añeja de la capital cubana.
  
Una especie de dragón de varios metros de largo permaneció en vigilia en la Plaza de San Francisco de Asís, ofreciendo a los transeúntes la oportunidad de escribir todo lo negativo que se pudiera llevar consigo al arder.
  
La simbólica posibilidad de purgar lo malo y la fe en un futuro mejor devinieron "agua de vida" al añejo ritual, que pareció no haber cesado nunca gracias al entusiasmo del público y la labor de decenas de artistas que animaron la jornada con pasacalles, toques de gaitas y tambores.
  
Recontextualizada, la ceremonia resultó el escenario ideal para el intercambio entre el arte y la gente desde la música, la plástica y el diálogo figurativo e inteligente, que tuvo entre sus principales protagonistas a los integrantes de Gigantería.
  
La reconocida compañía de teatro callejero crea en torno a la quema de la tarasca la atmósfera necesaria para encantar y sumar entusiasmos a partir del rol de los zancudos, diablitos y muñecos concebidos especialmente para la ocasión.   
  
Al llegar la noche los participantes esperaron el momento en que las llamas se llevaran todo lo malo y en alegre procesión acompañaron a la tarasca hasta la explanada de La Punta, donde finalizó su corta existencia.
  
Poco después del cañonazo de las nueve el fuego consumió la figura del mítico animal, llevándose consigo lo negativo que la gente quiso fuera de sus vidas.

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