Un parque, una ciudad

Un parque, una ciudad
Fecha de publicación: 
1 Noviembre 2012
0

Yo no pude jugar en ese parque. Nací a 63 kilómetros de la ciudad y por ello tuve que conformarme con dos árboles, soportes de un columpio.

No me arrepiento, pero tampoco miento si digo que me hubiese gustado treparme en esos bancos, correr de un lado a otro con el uniforme aún puesto, tocar guitarra junto a los míos, pararme en firme porque es la hora de la retreta, y a esa hora se canta el himno y se baja la bandera para izarla bien temprano la próxima mañana. Es la misma hora en que se rinde tributo al héroe inmortal de la reunión de las minas  y de los potreros de Jimaguayú.

Foto: Archivo

El parque Ignacio Agramonte es leyenda viva y descanso espiritual. De un lado la Catedral, con Cristo Rey en lo más alto, tan imponente que de lejos parece regañarte. Muy cerca el antiguo Ayuntamiento o Casa Consistorial. No es de extrañar. La costumbre peninsular  para aquel entonces consistía en fomentar el núcleo urbano alrededor de la llamada Plaza de Armas. Después fue Plaza de Recreo y de la Reina.

Durante los siglos XVI y XVII el lugar se convirtió en centro de actividades del antiguo Puerto Príncipe y aunque la villa creció,  el Parque Central fungió siempre como faro de la ciudad. No en vano la Sociedad Popular de Santa Cecilia escogió el área para homenajear al más bravo de los camagüeyanos. 

Y allí está: erguido desde hace 100 años; mirando al oriente, unificando las tropas y eliminando el regionalismo; con el machete desenvainado, dispuesto a entregar su vida como lo estuvo siempre desde el mismo instante en que avizoró el destino: “Cuba no tiene más camino para conquistar su independencia, que arrancándosela a España por la fuerza de las armas”.

Foto: Archivo

El italiano Salvatore Buemi resultó ganador del concurso auspiciado por la propia sociedad: Un monumento estilo grecorromano con altura de siete metros 78 centímetros, todo de bronce fundido y granito rosa de Baveno.

En la parte derecha de la pieza, plasmada para la posteridad, la más organizada de las caballerías. A su izquierda, la proeza militar más grande de El Mayor, el rescate de Julio Sanguily. De frente, en la misma posición del héroe, serena y tempestuosa, la patria, perpetuada en la figura femenina que sostiene en sus manos una bandera y un escudo.

La Patria... Foto: Yuris Nórido

Pocas veces resplandeció tanto la comarca como el día en que  Amalia Simoni develó la escultura, construida por suscripción popular. Ese día  todas las iglesias sonaron sus campanas a la misma hora y después del toque de atención emitido por Juan Antonio Avilés (corneta de órdenes del propio Ignacio) comenzó el tributo, que la ciudad íntegra, rindió a su hijo.  

Foto: Archivo

No fue un hecho fortuito la idea de escoger el 24 de febrero de 1912 para el acontecimiento.  Se trataba también de un profundo sentimiento patriótico que había calado en los veteranos de la Guerra Necesaria, para quienes la fecha de febrero significaba el reinicio de nuestras luchas independentistas.   

Desde entonces ese es el sitio de los mártires, no solo por la figura imperecedera de Ignacio Agramonte, sino por las cuatro palmas que desde mediados del siglo XIX se erigen como estandarte de la libertad para homenajear a quienes ofrendaron sus vidas por el suelo patrio. Cada palma, al morir, debe ser remplazada por un ejemplar joven. Símbolo también de la nación próspera y del relevo forjado.

De historia en historia creció la plaza y hoy es sitio obligado para cubanos y extranjeros. Anécdotas de enfrentamientos al guarda jurado que custodiaba el entorno, de pregoneros, de enamorados, del hombre que fuma el tabaco más largo, de noches bohemias, de serenatas nocturnas se tejen en torno al parque que, por fortuna, recibe ahora un avispero diario de niños con pañoletas, de jóvenes leyendo y de gente común que disfruta admirar una de las estatuas ecuestre más hermosa de Cuba.

El parque, hoy en día. Foto: Yuris Nórido

A mí me tocó descubrir, siendo adolescente, ese emporio. Ya no soy  niño y no puedo brincar como lo hacen ellos. Mas el alma se ennoblece cuando al caer la tarde se les ve tirando tiros con fusiles invisibles, pidiéndole un peso a mamá para comprar maní, o cuando a la sombra de la estatua una muchacha estremece por el maravilloso sonido de su violín, mientras dos monjas descorren las puertas de la catedral porque en breve comenzará la misa y el Arzobispo hablará en nombre de Dios y bendecirá a los nuestros.  Justo allí, El Mayor renace.

Foto: Yuris Nórido

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.