Leonardo Padura: Voy a hablar de pelota

Leonardo Padura: Voy a hablar de pelota
Fecha de publicación: 
27 Septiembre 2012
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Una crisis peligrosa

Cuando se habla de pelota, en la Cuba de hoy, casi siempre suele saltar por algún recodo de la conversación la terrible y dolorosa palabra crisis. La suma de éxitos parciales en los torneos internacionales de la última década (o más propiamente fracasos, para la exigencia nacional), el deprimido nivel competitivo de los campeonatos domésticos y el éxodo constante de jugadores hacia los circuitos profesionales, todo sumado a la agresión del fútbol aceptada y promovida desde los medios de difusión, crean las condiciones propicias para que una y otra vez se hable de crisis en la pelota cubana.

Lo dramático de tal estado crítico es que su existencia no puede considerarse un simple problema deportivo. La salud de la pelota en Cuba y su nivel de aceptación por parte de los habitantes de la isla constituye, en realidad, una circunstancia que afecta una de las esencias más importantes y fructíferas del entramado que conforma la identidad nacional.

La relación identitaria de los cubanos con el béisbol, como se sabe, comenzó a gestarse en la segunda mitad del siglo XIX, cuando esta práctica deportiva norteamericana llegó a la isla. En aquel momento histórico, mientras terminaba de cohesionarse el entramado de la identidad cubana, catalizado por el inicio de la Guerra de los Diez Años y la incorporación definitiva del negro al destino nacional, el béisbol consiguió presentarse como una actividad que, al mismo tiempo, encarnaba la modernidad y se oponía a lo caduco, muy bien representado por la desvencijada metrópoli española. La extensión del gusto por el béisbol que con vertiginosa velocidad lo mueve de las elites económicas habaneras y lo relaciona con otros sectores de la población, las diversas regiones del país, incluso las áreas rurales, permitiría a Wenceslao Gálvez, el primer historiador de la pelota en Cuba, afirmar en una fecha tan temprana como 1889 que «El ground (o sea, el terreno) del base ball en Cuba desaparecerá después de las vallas de gallos y el redondel de la plaza de toros, porque se ha arraigado en esta tierra de una manera firme, como lo comprueban los cientos de clubs que se organizan constantemente en casi toda la isla».

Haciéndose acompañar por la música (especialmente el danzón) y con una resonancia pública conseguida gracias a la media docena de publicaciones periódicas dedicadas a sus avatares, la pelota concretó una dinámica relación de pertenencia con la espiritualidad cubana, incluso llegó a identificarse con sus ansias políticas y sociales, muy bien representadas en el hecho de que a fines del siglo XIX aparecieran equipos bautizados como Libertad, Patria, Demajagua, Patriota, Independencia, y que en el año 1900 se rompiera la barrera del color en la Liga Profesional cubana, fundada en 1878.

A lo largo de las décadas de vida republicana la pelota, como competencia y como atmósfera, como cultura y convocatoria, continuó su profundización en esa relación de pertenencia, al punto de que un sondeo de opinión realizado en 1953, develó que más del 70 por ciento de los habitantes del país se consideraban aficionados a la pelota (82% hombres, casi el 60% mujeres), mientras más del 75 por ciento de los ricos, el 67 por ciento de la clase media y el 75 por ciento de los trabajadores profesaban esa pasión. A tenor de esos datos reveladores (mucho más reveladores y preocupantes si los pudiéramos comparar con los que deben existir en este momento), Louis A. Pérez, estudioso de los procesos de la nacionalidad, se permitió asegurar que «su popularidad superaba las barreras de clases y edades, y trascendía las fronteras raciales y de género; resultaba atractivo a los residentes urbanos y a los habitantes rurales, así como unía a los cubanos de todas las convicciones políticas e ideológicas».

El arraigo de la pelota en la cultura y espiritualidad cubanas era de tal dimensión, que resistió con gallardía las grandes transformaciones que se introdujeron en su práctica organizada luego del triunfo revolucionario de 1959. La erradicación del profesionalismo y el vuelco al sistema competitivo y de referencias que se produce con la creación en 1962 de las Series Nacionales, pudo haber sido traumático. Sin embargo, los cubanos acogieron las nuevas competiciones, redefinieron sus aficiones y se identificaron con las figuras que entonces emergieron. El corte con el pasado fue radical, y la historia de la pelota cubana se impuso comenzar de cero, decretándose el olvido de tradiciones y estadísticas que se habían acumulado durante casi un siglo en una disciplina para la cual unas y otras resultan especialmente vitales.

A lo largo de cincuenta años de competencia, cuyo nivel más alto es la Serie Nacional, la pelota cubana recuperó la pasión nacional y alcanzó la gloria internacional. A través de ese período, sin embargo, se le fue sometiendo a diversas presiones y agresiones que resultaron sorteadas con bastante suerte. Los cambios de estructura, la creación de nuevos equipos y difuminación de otros, el declive del sistema competitivo popular, regional, estudiantil, laboral, comenzaron a preparar el terreno para lo que el presente nos ha deparado.

Una identidad nacional, como se sabe, es un proceso en evolución, que se enriquece con asimilaciones y decanta con olvidos. Una tradición, insertada en el cuerpo de esa identidad, es un organismo cuyo destino puede verse afectado por cambios de situaciones políticas, económicas, sociales, que le afecten directa o indirectamente.

La pelota cubana ha llegado al siglo XXI arrastrando sus propios problemas y otros de carácter global que inciden sobre su desarrollo. Quizás el mayor enemigo del béisbol, a nivel mundial, esté relacionado con su propia esencia distintiva, que lo caracteriza como un deporte fundado sobre una filosofía racionalista propia del siglo XIX, lo cual no puede dejar de tener consecuencias en un hombre de la era digital.

También ha afectado su presencia internacional la política egoísta de los rectores de las Grandes Ligas norteamericanas, quienes no han sabido o no han querido conjugar sus intereses económicos con la posibilidad de espectáculos competitivos internacionales (como sí lo ha hecho el fútbol, por ejemplo), lo cual ha costado, entre otras pérdidas, la salida del béisbol del calendario olímpico.

En esas condiciones, los desatinos y circunstancias propias del desarrollo de la pelota en Cuba cobran una dimensión aún mayor. En estos momentos, la pelota cubana se ve aquejada por: 1. el éxodo de jugadores hacia los circuitos profesionales, cada día más lastrante; 2. los problemas internos de organización, estructura, competitividad y promoción que ha sufrido y sufre toda la pirámide del béisbol en Cuba; 3. el encarecimiento y dificultad que entraña la práctica masiva del béisbol, en un momento en el que los implementos resultan inalcanzables para los salarios reales cubanos y en el cual los espacios para el ejercicio de la actividad se han reducido o desaparecido (como ha ocurrido en todos y cada uno de los terrenos en los que por años jugué pelota en mi territorio), como se han reducido o desaparecido muchos niveles competitivos populares, laborales, estudiantiles; 4. la falta de estímulos a los jugadores y el descenso del nivel cualitativo de las competencias domésticas; y, para no hacer infinita la enumeración, 5. la desafortunada política de programación deportiva en los medios, una típica reacción de avestruz que preferencia con absoluto desparpajo la posibilidad de disfrutar de fútbol profesional del máximo nivel en contra de la programación televisiva de un único juego, y no siempre atractivo, del calendario diario de la Serie Nacional, lo cual, como se sabe, ha conseguido ya sus primeros efectos preocupantes en la preferencia cubana por el béisbol sin que, a nivel deportivo, haya reportado todavía un asomo de consuelo, pues el fútbol cubano ni siquiera se puede considerar que ha logrado llegar a ser competitivo.

Cuando se habla de crisis, también debería hablarse de soluciones para superar esa situación amarga. Como queda dicho, en el caso de Cuba y el béisbol, está en juego mucho más que un deporte. En realidad está en riesgo una parte esencial del alma de la nación. Afectarla, o incluso perderla, constituye una catástrofe para la identidad de todos los que nos llamamos y sentimos cubanos.

Tomado de IPS

 

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