Estados Unidos y las armas biológicas

Estados Unidos y las armas biológicas
Fecha de publicación: 
7 Febrero 2020
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Según lo publicado por la revista estadounidense Whiteout Press, y otras, en 1931 el Rockefeller Institute for Medical Investigations usó como «conejillos de laboratorio» a ciudadanos norteamericanos, al ser infectados con células cancerosas, sin ellos saberlo.

En la misma fecha, el Pentágono abrió un Centro de Guerra Biológica en Panamá para realizar trabajos de laboratorio con gérmenes patógenos.

La doble moral de los yanquis es tal, que después de la Segunda Guerra Mundial otorgaron total inmunidad a alemanes y japoneses especialistas en guerra biológica, y los incorporaron al centro ubicado en Fort Detrick, para estudiar y desarrollar armas biológicas.

A inicios de los años 50 del siglo XX, el Departamento de Defensa realizó pruebas al aire libre en las que utilizó bacterias y virus generadores de enfermedades.

En esa fecha, un buque de guerra yanqui empleó una enorme manguera para rociar el aire con la bacteria Serratia Marcescens, causante de neumonía entre los habitantes de la zona costera de San Francisco, California, según alegó el estudioso Leonard Cole en su libro Clouds of Secrecy: The Army’s Germ Warfare Tests Over Population Areas.

En dicho material se describe que, entre 1949 y 1969, se ejecutaron más de 239 pruebas de armas biológicas al aire libre en Washington, Nueva York, Key West y otras ciudades densamente pobladas.

No fue hasta 1970 que los ciudadanos se enteraron de que fueron utilizados como animales de laboratorio en los experimentos realizados por varias agencias y departamentos gubernamentales, principalmente el Pentágono.

Al divulgarse la Operation Whitecoat, ejecutada entre 1954 y 1973, la población conoció los detalles de aquel estudio del Departamento de Defensa, donde utilizaron creyentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y a más de 2 mil 300 soldados, quienes ignoraban que fueron infestados con la fiebre Q, la fiebre amarilla, peste bubónica, tularemia y encefalitis equina venezolana, todo documentado en el libro Anthrax: The Investigation of a Deadly Outbreak (1999), del escritor Jeanne Guillemin.

En los años 90 se probaron nuevos virus biológicos con prisioneros del Departamento Correccional de Texas, que posteriormente se usaron durante la invasión a Irak, acción relatada por el bioquímico estadounidense Garth L. Nicolson, en testimonio por escrito para el Congreso, donde afirmó: «Miles de veteranos norteamericanos de la Guerra del Golfo sufren de las consecuencias de haber estado expuestos a las armas radiológicas, químicas y biológicas» (Written Testimony of Dr. Garth L. Nicolson, Committee on Veterans Affairs, United States House of Representatives, enero 2002).

Francis Boyle, profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Illinois, afirma que el actual virus zika es un arma biológica patentada en 1947 por la Fundación Rockefeller.

Terroristas cubanos fueron entrenados por la CIA y el Pentágono en la base militar de Fort Gulick, en Panamá, para introducir en Cuba, en 1971, el virus de la fiebre porcina africana.

El investigador William H. Schaap, asegura que el Dengue y otros arbovirus, son armas biológicas ideales. El Dengue Hemorrágico es altamente incapacitante y lo trasmite el mosquito Aedes Aegyiptis, virus introducido en Cuba en 1981, publicado en The 1981 Cuba Dengue Epidemic, Covert Action, Summer 1982.

Se sabe que en 1981 biólogos militares norteamericanos realizaron pruebas con el Aedes Aegyiptis, en el laboratorio de Fort Detrick, Maryland, para introducir el dengue hemorrágico.

Ese laboratorio, denominado oficialmente Instituto de Investigaciones Médicas en Enfermedades Infecciosas del Ejército de los Estados Unidos, produce agentes biológicos como parte de las investigaciones de «armas de defensa».

Estados Unidos tiene un programa ofensivo de armas biológicas, aprobado en octubre de 1941 por el presidente Franklin Roosevelt y el Secretario de Guerra.

Para eso construyeron inicialmente una planta de producción en Terre Haute, Indiana, pero al no tener las condiciones de seguridad, fue trasladada en 1954 a Pine Bluff, Arkansas, que comenzó a producir agentes biológicos.

Hoy Fort Detrick es el centro de investigación y producción de armas biológicas antipersonales y contra los cultivos, para infestar objetivos seleccionados, mediante tanques de aspersión aérea, latas de aerosol, granadas, cohetes y bombas de racimo.

Posterior a la construcción de cuatro laboratorios biológicos del Pentágono en Georgia, exrepública de la URRS, se detectó un brote de neumonía atípica en el país.

A respecto, la revista estadounidense Veterans Today (06-10-2013), publicó que el Pentágono invirtió 300 millones de dólares en un programa secreto de guerra biológica, en el Central Reference Laboratory, de Tiflis, Georgia, donde los militares yanquis controlan las vacunas para animales, reemplazando a los veterinarios.

En Georgia también opera el Walter Reed US Army Medical Research Institute, y en Kazajstán, otra exrepública soviética, funcionan dos laboratorios biológicos del Pentágono.

Gerald Colby y Charlotte Dennet describieron en su libro They Will Be Done. The Conquest of the Amazon: Nelson Rockefeller and Evangelism in the Age of Oil (1996), de los experimentos yanquis de armas biológicas en Latinoamérica, empleando científicos y religiosos estadounidenses al servicio del Instituto Lingüístico de Verano (ISL), creado por la Fundación Rockefeller.

En los años 1960-1970, la CIA asesinó a miembros de tribus nativas de la Amazonía, mediante la propagación de diferentes virus para apoderarse de sus tierras ricas en yacimientos de petróleo.

Las técnicas aplicadas en Brasil y Perú fueron el envenenamiento del agua, la comida, y regalarles a los nativos ropas, sábanas y frazadas, infectadas con el virus de la viruela.

Con ese crimen, las corporaciones de Rockefeller obtuvieron el acceso al oro, petróleo, diamantes y metales raros, porque los indígenas se negaban a abandonar sus ricas tierras; el método empleado fue el «uso de la fuerza», según escribió uno de los misioneros estadounidenses, conocido como «el padre Smith».

Sobran elementos para señalar a los verdaderos responsables del coronavirus y sus muertos, y como aseguró José Martí:

«Callar un crimen es cometer otro».

Tomado de El Heraldo Cubano

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