Festival de Teatro: Virgilio monologa

Festival de Teatro: Virgilio monologa
Fecha de publicación: 
13 Septiembre 2012
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Persona y personaje, ¿dónde está el límite? ¿Y si la persona asume su cotidianidad con acentos dramáticos? ¿Y si vive como si vivir fuera lo mismo que representar? ¿Era Virgilio Piñera, en su intimidad más absoluta, esa criatura enfática y artificiosa que se mostraba a sus contemporáneos?

 

Eso no lo sabremos con absoluta certeza, ahora solo nos queda especular con la posibilidad. Lo que sí sabemos es que el dramaturgo se conducía en el ámbito público con maneras que iban desde la aparente desfachatez, pasando por la intencional displicencia, hasta la pose arrogante y tremebunda… dependiendo de la gente y las situaciones a las que se enfrentaba.

 

Algo no abandonaba nunca: su verbo ingenioso, sarcástico, hiriente y provocativo, inteligente, extraño… sus juegos verbales.

 

Ese es el Virgilio que recrea Osvaldo Doimeadiós en el unipersonal. Un jesuita de la literatura, dirigido por Carlos Díaz para la compañía El Público. Ha sido uno de los más populares espectáculos del XV Festival Nacional de Teatro de Camagüey.

 

A partir de un texto de Virgilio, Muecas para escribientes, Norge Espinosa y Doimeadiós armaron un monólogo “pirotécnico” que se zambulle en la cotidianidad del célebre autor. Se nos muestra a un escritor en casi permanente batalla con (contra) la máquina de escribir y la cuartilla en blanco. A un hombre que asume el acto de escribir como esencia de vida, como sacerdocio, destino manifiesto…

 

Pero el proceso de llevar sus ideas al papel está marcado por su interacción con el medio, que al mismo tiempo, en círculo casi vicioso, es también materia prima o punto de partida para la escritura.

 

El Virgilio que encarna Doimeadiós narra con desparpajo y comprometimiento los azares de un día cualquiera de su existencia. Los narra como si fueran una historia para ser representada, y él mismo la representa como si una obra de ficción fuera (algo así hacía a veces el dramaturgo).

 

Doimeadiós se aprovecha de su extraordinaria vis cómica para representar a una criatura dada al amaneramiento más o menos intencional. Pero, eso sí, nunca pierde el norte: no hace concesiones a la caricatura fácil y externa; lo anima un espíritu más profundo. Por eso llega a conmover cuando pulsa las cuerdas más dramáticas de su personaje.

 

De la gran organicidad de Osvaldo Doimeadiós ya hemos hablado en otras ocasiones. Sobre él descansa este montaje, con el que Carlos Díaz se centra otra vez en el ser humano, sin darle demasiada preponderancia a su ámbito. Eso no significa que las cosas no estén en su lugar: todo en la puesta tiene razones para estarlo.

 

Un jesuita de la literatura deviene un homenaje a la vocación indestructible de un hombre: escribir a toda costa, en lucha perenne con (contra) el medio. No nos queda claro hasta qué punto el personaje se parece a la persona… pero, ¿hace falta saberlo?

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